ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Festividad de María del Monte Carmelo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 16 de julio

Festividad de María del Monte Carmelo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Éxodo 2,1-15

Un hombre de la casa de Leví fue a tomar por mujer una hija de Leví. Concibió la mujer y dio a luz un hijo; y viendo que era hermoso lo tuvo escondido durante tres meses. Pero no pudiendo ocultarlo ya por más tiempo, tomó una cestilla de papiro, la calafateó con betún y pez, metió en ella al niño, y la puso entre los juncos, a la orilla del Río. La hermana del niño se apostó a lo lejos para ver lo que le pasaba. Bajó la hija de Faraón a bañarse en el Río y, mientras sus doncellas se paseaban por la orilla del Río, divisó la cestilla entre los juncos, y envió una criada suya para que la cogiera. Al abrirla, vio que era un niño que lloraba. Se compadeció de él y exclamó: "Es uno de los niños hebreos." Entonces dijo la hermana a la hija de Faraón: "¿Quieres que yo vaya y llame una nodriza de entre las hebreas para que te críe este niño?" Vete, le contestó la hija de Faraón. Fue, pues, la joven y llamó a la madre del niño. Y la hija de Faraón le dijo: "Toma este niño y críamelo que yo te pagaré." Tomó la mujer al niño y lo crió. El niño creció, y ella lo llevó entonces a la hija de Faraón, que lo tuvo por hijo, y le llamó Moisés, diciendo: "De las aguas lo he sacado." En aquellos días, cuando Moisés ya fue mayor, fue a visitar a sus hermanos, y comprobó sus penosos trabajos; vio también cómo un egipcio golpeaba a un hebreo, a uno de sus hermanos. Miró a uno y a otro lado, y no viendo a nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena. Salió al día siguiente y vio a dos hebreos que reñían. Y dijo al culpable: "¿Por qué pegas a tu compañero?" El respondió: "¿Quién te ha puesto de jefe y juez sobre nosotros? ¿Acaso estás pensando en matarme como mataste al egipcio?" Moisés, lleno de temor, se dijo: "La cosa ciertamente se sabe." Supo Faraón lo sucedido y buscaba a Moisés para matarle; pero él huyó de la presencia de Faraón, y se fue a vivir al país de Madián. Se sentó junto a un pozo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La historia del nacimiento de Moisés nos sorprende. Moisés es de la tribu de Leví, una tribu que había sido maldecida por su violencia (Gn 49,5-7); lleva un nombre egipcio y, desde sus inicios, forma parte por completo de la cultura egipcia. De hecho, crece en casa del faraón. Son todos elementos contradictorios, pero que no impiden que Dios lo elija precisamente a él para liberar al pueblo de Israel. Al contrario, el plan de Dios, a través de la historia de Moisés, revela el valor de crecer junto a los demás, incluso en un mundo que muchas veces parece extranjero para nuestra mentalidad y nuestra cultura. Moisés se presenta como el que fue salvado de las aguas y, efectivamente, Dios lo salva como para indicar por adelantado la tarea que encomendará a aquel niño: liberar de la esclavitud a su pueblo a través de las aguas del mar. La de Israel parecía una suerte marcada por la esclavitud, de la que era imposible salir, pero Dios no abandona a los hombres, no abandona a los pobres, a los esclavos, a los condenados de este mundo. Él continúa suscitando muchos Moisés para que tracen un camino de libertad venciendo toda resignación. En realidad, Moisés continúa recordándonos, con su historia, que todo es posible para quien tiene fe.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.