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Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 28 de julio

XVII del tiempo ordinario


Primera Lectura

Génesis 18,20-32

Dijo, pues, Yahveh: "El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo." Y marcharon desde allí aquellos individuos camino de Sodoma, en tanto que Abraham permanecía parado delante de Yahveh. Abordóle Abraham y dijo: "¿Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Es que vas a borrarlos, y no perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia?" Dijo Yahveh: "Si encuentro en Sodoma a cincuenta justos en la ciudad perdonaré a todo el lugar por amor de aquéllos. Replicó Abraham: "¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los cincuenta justos fallen por cinco. ¿Destruirías por los cinco a toda la ciudad?" Dijo: "No la destruiré, si encuentro allí a 45." Insistió todavía: "Supón que se encuentran allí cuarenta." Respondió: "Tampoco lo haría, en atención de esos cuarenta." Insistió: "No se enfade mi Señor si le digo: "Tal vez se encuentren allí treinta"." Respondió: "No lo haré si encuentro allí a esos treinta." Díjole. "¡Cuidado que soy atrevido de interpelar a mi Señor! ¿Y si se hallaren allí veinte?" Respondió: Tampoco haría destrucción en gracia de los veinte." Insistió: "Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: "¿Y si se encuentran allí diez?"" Dijo: "Tampoco haría destrucción, en gracia de los diez."

Salmo responsorial

Salmo 137 (138)

Te doy gracias, Yahveh, de todo corazón,
pues tú has escuchado las palabras de mi boca.
En presencia de los ángeles salmodio para ti,

hacia tu santo Templo me prosterno.
Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad,
pues tu promesa ha superado tu renombre.

El día en que grité, tú me escuchaste,
aumentaste la fuerza en mi alma.

Te dan gracias, Yahveh, todos los reyes de la tierra,
porque oyen las promesas de tu boca;

"y cantan los caminos de Yahveh:
""¡Qué grande la gloria de Yahveh! "

"¡Excelso es Yahveh, y ve al humilde,
al soberbio le conoce desde lejos!"""

Si ando en medio de angustias, tú me das la vida,
frente a la cólera de mis enemigos, extiendes tú la
mano
y tu diestra me salva:

Yahveh lo acabará todo por mí.
¡Oh Yahveh, es eterno tu amor,
no dejes la obra de tus manos!

Segunda Lectura

Colosenses 2,12-14

Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que resucitó de entre los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con él y nos perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 11,1-13

Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.» El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos
debe,
y no nos dejes caer en tentación.» Les dijo también: «Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle", y aquél, desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos", os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite.» Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

En los Evangelios a menudo se dice que Jesús se retira a lugares solitarios para rezar. Seguramente lo hacía cada día. Y eran momentos importantes para Jesús. Los discípulos lo habían visto no pocas veces y se quedaban asombrados. No hay más que pensar en la Transfiguración del Tabor, que se produjo, precisamente, mientras estaba orando. En uno de aquellos momentos, refiere Lucas, al terminar su oración, uno de los discípulos le pidió: "Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos". La oración de Jesús sin duda maravillaba a los discípulos. Por eso le piden "enséñanos a orar", no en el sentido de una oración ordinaria, sino de cómo oraba él: "enséñanos a orar, como tú oras", con aquella familiaridad y confianza con el Padre, que maravillaba a los discípulos. Y Jesús nos repite también a nosotros: "Cuando oréis, decid: Padre, abbá, papá". Sabemos que dicha palabra provocaba desconcierto en el ambiente religioso hebreo, donde estaba prohibido llamar a Dios por su nombre. Pero Jesús, con una revolución espiritual, absolutamente impensable, nos dice que le llamemos "papá". Es una palabra que elimina toda distancia entre nosotros y Dios: no solo ya no está lejos, sino que lo reconocemos como padre de todos, y cada persona puede dirigirse a él si necesidad de mediadores.
En la oración, Jesús nos permite encontrar la confianza y la inmediatez de la relación con Dios. Lo importante no es ni el lugar ni las palabras. Lo importante es el corazón, la amistad con Dios. Sucedió lo mismo con Abrahán. Ejemplar y sugerente es el diálogo que establece con Dios cuando intercede para salvar a Sodoma, que había caído en el libertinaje y el desorden. Los creyentes, amigos de los hombres y amigos de Dios, tienen una tarea de intercesión. La oración puede salvar al mundo. El Señor escucha, porque es el filántropo, el amigo de los hombres. La insistencia de la amistad y de la oración tocan el corazón de Dios.
Jesús lo subraya con dos ejemplos, extraídos de la vida cotidiana. El amigo que llega a medianoche, y el padre que no dará nunca una serpiente a su hijo que le pide un pescado. Y concluye: "Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!". Es una manera de decir que Dios está disponible de manera ilimitada cuando nos dirigimos a él en la oración. No son determinantes las palabras; lo que importa es el corazón, la confianza y, por tanto, la insistencia y la perseverancia en la oración. La ineficacia de la oración no depende de Dios, sino de nuestra poca confianza en él. Pidamos y recibiremos, busquemos y encontraremos, llamemos al corazón de Dios, como hizo Abrahán, y el Señor dirigirá hacia nosotros su mirada.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.