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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

XIX del tiempo ordinario
Recuerdo de santa Clara de Asís ((1253), discípula de san Francisco en el camino de la pobreza y de la simplicidad evangélica.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 11 de agosto

XIX del tiempo ordinario
Recuerdo de santa Clara de Asís ((1253), discípula de san Francisco en el camino de la pobreza y de la simplicidad evangélica.


Primera Lectura

Sabiduría 18,6-9

Aquella noche fue previamente conocida por nuestros padres, para que se confortasen al reconocer firmes los juramentos en que creyeron. Tu pueblo esperaba a la vez
la salvación de los justos y la destrucción de sus
enemigos. Y, en efecto, con el castigo mismo de nuestros adversarios,
nos colmaste de gloria llamándonos a ti. Los santos hijos de los buenos ofrecieron sacrificios en secreto
y establecieron unánimes esta ley divina:
que los santos correrían en común las mismas aventuras
y riesgos;
y, previamente, cantaron ya los himnos de los Padres.

Salmo responsorial

Salmo 32 (33)

¡Gritad de júbilo, justos, por Yahveh!,
de los rectos es propia la alabanza;

¡dad gracias a Yahveh con la cítara,
salmodiad para él al arpa de diez cuerdas;

cantadle un cantar nuevo,
tocad la mejor música en la aclamación!

Pues recta es la palabra de Yahveh,
toda su obra fundada en la verdad;

él ama la justicia y el derecho,
del amor de Yahveh está llena la tierra.

Por la palabra de Yahveh fueron hechos los cielos
por el soplo de su boca toda su mesnada.

El recoge, como un dique, las aguas del mar,
en depósitos pone los abismos.

¡Tema a Yahveh la tierra entera,
ante él tiemblen todos los que habitan el orbe!

Pues él habló y fue así,
mandó él y se hizo.

Yahveh frustra el plan de las naciones,
hace vanos los proyectos de los pueblos;

mas el plan de Yahveh subsiste para siempre,
los proyectos de su corazón por todas las edades.

¡Feliz la nación cuyo Dios es Yahveh,
el pueblo que se escogió por heredad!

Yahveh mira de lo alto de los cielos,
ve a todos los hijos de Adán;

desde el lugar de su morada observa
a todos los habitantes de la tierra,

él, que forma el corazón de cada uno,
y repara en todas sus acciones.

No queda a salvo el rey por su gran ejército,
ni el bravo inmune por su enorme fuerza.

Vana cosa el caballo para la victoria,
ni con todo su vigor puede salvar.

Los ojos de Yahveh están sobre quienes le temen,
sobre los que esperan en su amor,

para librar su alma de la muerte,
y sostener su vida en la penuria.

Nuestra alma en Yahveh espera,
él es nuestro socorro y nuestro escudo;

en él se alegra nuestro corazón,
y en su santo nombre confiamos.

Sea tu amor, Yahveh, sobre nosotros,
como está en ti nuestra esperanza.

Segunda Lectura

Hebreos 11,1-2.8-19

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, peregrinó por la Tierra Prometida como en tierra extraña, habitando en tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas. Pues esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Por la fe, también Sara recibió, aun fuera de la edad apropiada, vigor para ser madre, pues tuvo como digno de fe al que se lo prometía. Por lo cual también de uno solo y ya gastado nacieron hijos, numerosos como las estrellas del cielo, incontables como las arenas de las orillas del mar. En la fe murieron todos ellos, sin haber conseguido el objeto de las promesas: viéndolas y saludándolas desde lejos y confesándose extraños y forasteros sobre la tierra. Los que tal dicen, claramente dan a entender que van en busca de una patria; pues si hubiesen pensado en la tierra de la que habían salido, habrían tenido ocasión de retornar a ella. Más bien aspiran a una mejor, a la celestial. Por eso Dios no se avergüenza de ellos, de ser llamado Dios suyo, pues les tiene preparada una ciudad... Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito , respecto del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia. Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos. Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 12,32-48

«No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos! Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.» Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?» Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: "Mi señor tarda en venir", y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles. «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

"No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino." Así se abre el pasaje evangélico de Lucas (12,32) que se nos propone este domingo. Se reanuda de ese modo el corazón de la predicación de Jesús, que es, precisamente, la llegada del Reino; y a sus discípulos se les confía la grave misión de continuar anunciándolo y hacerlo realidad ya desde hoy, a pesar de que sean solo un pequeño rebaño. El Reino de Dios es la soberanía de Dios sobre la vida de los hombres y al Padre le gusta compartir esta soberanía con aquellos que dan limosnas para procurarse bolsas que no se deterioran y tesoros para poner en el cielo, donde no hay ladrones que roban ni polilla que corroe. Jesús quiere decir que a diferencia de los bienes de la tierra que se pueden perder, los tesoros celestiales no corren peligro alguno (se retoma así una tradición bíblica que solía considerar las obras buenas como tesoros que se conservan en el cielo; un antiguo dicho judío reza: "Mis padres han acumulado tesoros aquí abajo, y yo he acumulado tesoros allí arriba. Mis padres han acumulado tesoros que no dan ningún interés, y yo he acumulado tesoros que dan intereses"). Así es el discípulo que espera al Señor y su reino. El Evangelio aclara esta idea con la parábola del siervo que se hace cargo de la hacienda cuando se marcha su señor.
El administrador, pensando que su señor tardará en volver, se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse. Se trata de una escena que a primera vista nos parece exagerada, pero en realidad describe una situación más bien frecuente. En el fondo, las numerosas injusticias y las miles de pequeñas maldades cotidianas que hacen la vida más difícil para todos nacen de esta actitud difusa. Es decir, nacen cuando decidimos comportarnos como pequeños señores con los demás, pensando que a nosotros nunca nos tocará soportar nada.
La vigilancia es una virtud que parece un poco en desuso en nuestros días. Sin embargo, es fundamental para nuestra vida. A menudo dejamos que los quehaceres y las angustias nos paralicen. "Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (v. 34), dice Jesús. Ese es nuestro problema. El tesoro del cristiano es el Señor, y su vida debe ser una espera. La recompensa de la que habla Jesús, y que recibirán aquellos a los que él encuentre esperando, es una recompensa increíble y subvierte las costumbres habituales: el propio señor se convierte en siervo de los criados, se ciñe, los invita a echarse en los cojines del comedor y pasa a servirles. Ese es el sentido de una vida plena que viven los que están despiertos no para ellos mismos sino para acoger al Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.