ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 21 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jueces 9,6-15

Luego se reunieron todos los señores de Siquem y todo Bet Milló, y fueron y proclamaron rey a Abimélek junto al Terebinto de la estela que hay en Siquem. Se lo anunciaron a Jotam, quien se colocó en la cumbre del monte Garizim, alzó la voz y clamó: "Escuchadme, señores de Siquem,
y que Dios os escuche. Los árboles se pusieron en camino
para ungir a uno como su rey.
Dijeron al olivo: "Sé tú nuestro rey." Les respondió el olivo:
"¿Voy a renunciar a mi aceite
con el que gracias a mí son honrados los dioses y los
hombres,
para ir a vagar por encima de los árboles?" Los árboles dijeron a la higuera:
"Ven tú, reina sobre nosotros." Les respondió la higuera:
"¿Voy a renunciar a mi dulzura
y a mi sabroso fruto,
para ir a vagar por encima de los árboles? Los árboles dijeron a la vid:
"Ven tú, reina sobre nosotros." Les respondió la vid:
"¿Voy a renunciar a mi mosto,
el que alegra a los dioses y a los hombres,
para ir a vagar por encima de los árboles?" Todos los árboles dijeron a la zarza:
"Ven tú, reina sobre nosotros." La zarza respondió a los árboles:
"Si con sinceridad venís a ungirme a mí para reinar
sobre vosotros,
llegad y cobijaos a mi sombra.
Y si no es así, brote fuego de la zarza y devore los
cedros del Líbano.""

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aquel periodo de la historia de Israel era muy confuso. Las ambiciones personales y la idolatría se habían apoderado del pueblo de Israel y habían debilitado su fuerza. Abimélec, hijo de Yerubaal, que se había proclamado rey, sin haber sido llamado por Dios, mostraba la perversión a la que se había llegado. Abimélec va a Siquén a ver a sus hermanos maternos para convencerles de que es de su estirpe de sangre. En realidad lo que importa no es que estemos unidos por la sangre, sino que estemos unidos a la voluntad de Dios. Abimélec asesinó a sus propios hermanos no porque hubieran traicionado a Dios, sino para afirmar su poder. Jotán, el menor de los hijos de Gedeón que se había salvado de la masacre de los suyos, se puso a gritar contra Abimélec. Sus palabras son la voz profética que condena a Abimélec y también a aquellos que lo habían elegido, y anuncia que el castigo llegará pronto. El apólogo de Jotán que reproduce el texto habla de tres árboles, el olivo, la higuera y la vid, que son las tres plantas más comunes de la región. La moraleja del apólogo es que sería perjudicial que estas tres plantas que son muy útiles en su ámbito se convirtieran en rey. Estarían totalmente fuera de lugar. Quizás se moverían pero de ese modo mostrarían su veleidad y su insipiencia. Y cuando un ciruelo, que no tiene inteligencia alguna, es nombrado rey, entonces se ve claramente lo peligroso que puede ser. Sea como sea, no sirve para nada; su orden de ir a cobijarse a su sombra es una amarga ironía. Al contrario, el fuego que prende fácilmente en la zarza seca y que se extiende rápidamente podría significar un peligro también para el árbol más majestuoso de todo Oriente: el cedro del Líbano. Más adelante, el texto narra la enemistad que surge entre Abimélec y los señores de Siquén. Estos tienden varias emboscadas a Abimélec y desatan así una cadena sin fin de violencia. Abimélec reacciona sometiendo a la ciudad a castigos y a muerte, hasta destruirla y sembrarla de sal. Pero su final es deshonroso para un guerrero como él: es herido por una mujer que defendía la ciudad. La violencia siempre produce violencia. Y quien la utiliza termina siendo él mismo víctima de la violencia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.