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Memoria de la Iglesia
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Recuerdo de Santa María Virgen Reina. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 22 de agosto

Recuerdo de Santa María Virgen Reina.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jueces 11,29-39a

El espíritu de Yahveh vino sobre Jefté, que recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mispá de Galaad y de Mispá de Galaad pasó donde los ammonitas. Y Jefté hizo un voto a Yahveh: "Si entregas en mis manos a los ammonitas, el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro cuando vuelva victorioso de los ammonitas, será para Yahveh y lo ofreceré en holocausto." Jefté pasó donde los ammonitas para atacarlos, y Yahveh los puso en sus manos. Los derrotó desde Aroer hasta cerca de Minnit (veinte ciudades) y hasta Abel Keramim. Fue grandísima derrota y los ammonitas fueron humillados delante de los israelitas. Cuando Jefté volvió a Mispá, a su casa, he aquí que su hija salía a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija; fuera de ella no tenía ni hijo ni hija. Al verla, rasgó sus vestiduras y gritó: "¡Ay, hija mía! ¡Me has destrozado! ¿Habías de ser tú la causa de mi desgracia? Abrí la boca ante Yahveh y no puedo volverme atrás." Ella le respondió: "Padre mío, has abierto tu boca ante Yahveh, haz conmigo lo que salió de tu boca, ya que Yahveh te ha concedido vengarte de tus enemigos los ammonitas." Después dijo a su padre: "Que se me conceda esta gracia: déjame dos meses para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras mi virginidad." El le dijo: "Vete." Y la dejó marchar dos meses. Ella se fue con sus compañeras y estuvo llorando su virginidad por los montes. Al cabo de los dos meses, volvió donde su padre y él cumplió en ella el voto que había hecho. La joven no había conocido varón. Y se hizo costumbre en Israel:

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jefté, para vencer a los amonitas, hace un voto al Señor: sacrificará como holocausto al Señor a la primera persona que salga de su casa para ir a encontrarle. Jefté vence y vuelve a casa. Pero la primera persona que sale por la puerta de casa para ir a encontrarle es su hija, su única hija. Jefté se desespera pero se mantiene fiel a su voto. Sin duda demuestra la pobre y triste visión que tiene de Dios, entre otras cosas porque la Biblia manifiesta claramente que Dios condena los sacrificios humanos. En el Deuteronomio Dios detesta lo que "hacen ellos en honor de sus dioses: porque hasta a sus hijos y a sus hijas arrojan al fuego en honor de sus dioses" (12,31). Jesús es el último sacrificio, aquel que por amor se da a sí mismo. Dios no quiere sacrificios sino misericordia. Por eso se ofrece a sí mismo para que todos se salven y comprendan que tiene una gran misericordia. La victoria de Jesús ya no será la de Jefté, contra alguien, sino la de dar la vida para el rescate de todos. Israel vivía un periodo de gran dificultad y pensaba que atraía la atención de Dios sacrificando a personas. A menudo cuando no tenemos fe atribuimos a Dios ideas que no son suyas, como si nos pidiera a cambio de su protección algo mucho más comprometedor para nosotros. ¡Cuántas víctimas ha habido por la poca fe y por una oración equivocada a Dios!

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.