ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 26 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Tesalonicenses 1,1-5.8-10

Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros gracia y paz. En todo momento damos gracia a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor. Conocemos, hermanos queridos de Dios, vuestra elección; ya que os fue predicado nuestro Evangelio no sólo con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo, con plena persuasión. Sabéis cómo nos portamos entre vosotros en atención a vosotros. Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la Palabra del Señor y vuestra fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes, de manera que nada nos queda por decir. Ellos mismos cuentan de nosotros cuál fue nuestra entrada a vosotros, y cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero, y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y que nos salva de la Cólera venidera.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es una carta que escribieron juntos Pablo, Silvano y Timoteo, como si quisieran recordar lo que el Señor había hecho con los apóstoles (Mc 6,7) y los discípulos (Lc 10,1), cuando los envió de dos en dos. Pablo, por otra parte, no era un protagonista aislado. La Iglesia es ante todo comunión. Los tres juntos se dirigen a la pequeña comunidad de Tesalónica, una comunidad grande no por el número sino más bien por la dignidad de haber sido fundada "en unión con Dios Padre y el Señor Jesucristo". Aquella dignidad convertía a aquella pequeña comunidad en una bendición para Tesalónica. Era la "ekklesia", es decir, la "reunión" de la comunidad convocada por Dios en aquella ciudad. Toda comunidad cristiana es una santa "reunión de Dios". Pablo da las gracias al Señor por aquella pequeña comunidad que vive con una fe firme, con un amor activo y con una esperanza constante. El Señor mismo, a través de la predicación de sus discípulos, cambia el corazón de quien escucha, y los engendra a una nueva vida. El apóstol sabe que el servicio de la predicación requiere su participación personal porque solo así puede lograr que quienes lo escuchan reconozcan al Señor y lo sientan cerca. Y por eso los Tesalonicenses han podido imitarle y acercarse a Cristo. La vida de los responsables de la comunidad debe reflejar el Evangelio que proclaman; así su predicación será eficaz. Los Tesalonicenses pudieron acogerla con alegría incluso cuando eran perseguidos. Y así se convirtieron en ejemplo para los demás creyentes que estaban en Macedonia y en Acaya. La vida evangélica se difunde porque atrae, porque enseña una vida que es mejor que la vida que propone el mundo. Es la primera comunidad cristiana que se asienta en territorio europeo, e inmediatamente suscita entusiasmo entre las jóvenes comunidades de aquella zona. La expansión del Evangelio no va asociada a técnicas pastorales o a sofisticados medios organizativos. El Evangelio se difunde solo a través de la fuerza atractiva de una vida realmente evangélica. Pablo se alegra por su fe y describe el asombro que sienten todos cuando conocen su conversión: abandonan los ídolos de este mundo para servir solo al Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.