ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 23 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 6,12-18

No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias. Ni hagáis ya de vuestros miembros armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como armas de justicia al servicio de Dios. Pues el pecado no dominará ya sobre vosotros, ya que no estáis bajo la ley sino bajo la gracia. Pues ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ningún modo! ¿No sabéis que al ofreceros a alguno como esclavos para obedecerle, os hacéis esclavos de aquel a quien obedecéis: bien del pecado, para la muerte, bien de obediencia, para la justicia? Pero gracias a Dios, vosotros, que erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis entregados, y liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia. -

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol había declarado a los creyentes "muertos al pecado" porque habían recibido la gracia del bautismo, que les hizo partícipes de la Pascua de Cristo. Ahora deja claro que esa gracia no actúa mágicamente en los creyentes, sino que activa en ellos un dinamismo responsable. Aunque hayan "muerto al pecado", los creyentes deben hacer lo posible por no dejarse dominar por el pecado en la vida de cada día. A los cristianos se les da la fuerza, la energía suficiente para hacer frente al pecado y a la mentalidad perversa con la que este quiere dominar el corazón de los hombres. Por eso el apóstol exhorta a elegir entre obedecer el instinto del hombre viejo u obedecer al hombre nuevo guiado por el Espíritu. Si la primera es una obediencia instintiva, y por tanto una especie de esclavitud, la segunda, en cambio, requiere una decisión y una atención vigilante y perseverante. La vida del creyente es siempre una lucha entre estas dos fuerzas; la misma lucha que Jesús vivió para combatir el mal hasta derrotarlo. A través de su muerte y resurrección, Jesús privó al pecado de su fuerza imparable. El mal quedó definitivamente derrotado. No obstante, está siempre al acecho, como escribe el libro del Génesis: "Si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando" (Gn 4,7). Decidiendo obedecer al Espíritu, la vida del creyente se convierte en una ofrenda generosa y alegre al Señor y a los hermanos. El mismo Jesús vivió su existencia terrenal como una ofrenda total al Padre por la salvación de cada hombre. Nosotros, discípulos de última hora, estamos llamados a seguirlo por este camino. Es la única manera de librarnos del dominio del pecado que intenta someternos de cualquier modo a sus deseos. Pero el Señor, que conoce nuestra debilidad, vierte abundantemente su gracia sobre nosotros.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.