ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 26 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 8,1-11

Por consiguiente, ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu. Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece; mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol describe la situación de "los que están en Cristo Jesús" (v. 1). Guiados por el Espíritu, estos pueden caminar según los designios de Dios. De hecho, aquel que acoge a Jesús en su vida queda radicalmente liberado del pecado y de su esclavitud. Por eso el apóstol puede decir: "Ninguna condenación pesa ya sobre los que están unidos a Cristo Jesús". El creyente se encuentra en una situación nueva, es un hombre nuevo guiado por una fuerza nueva, la del amor que Dios mismo ha derramado en su corazón. Pablo repite: "La ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte". La afirmación sobre la centralidad del Espíritu de Dios domina con insistencia esta página de la Epístola. El capítulo ocho de la Epístola es el capítulo de todo en Nuevo Testamento en el que se cita más veces al Espíritu Santo. El apóstol quiere poner de manifiesto con la mayor claridad posible la nueva creación en la que el creyente está sumergido, de la que forma parte. Aquel que acoge el Espíritu de Cristo ya no puede seguir los deseos de la carne que llevan "naturalmente" hacia el pecado y la muerte. El creyente recibe un nuevo instinto, una nueva pasión espiritual, un nuevo sentimiento, y, por tanto, nuevas perspectivas por vivir y por realizar. El Espíritu hace presente en los creyentes la victoria misma de Cristo sobre el pecado y la muerte. El Espíritu se apodera de la vida del creyente y lo impulsa a desear cosas nuevas: "Las tendencias del espíritu conducen a la vida y a la paz", dice Pablo. Y concluye diciendo: "Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (v. 11). Ya ahora los creyentes viven la victoria de la resurrección sobre el pecado y sobre la muerte. El Espíritu nos hace partícipes de la vida misma de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.