ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXX del tiempo ordinario
Recuerdo del histórico encuentro de Asís (1986) en el que Juan Pablo II invitó a representantes de todas las confesiones cristianas y de las grandes religiones mundiales a rezar por la paz. Recuerdo de Dominique Green, joven afroamericano ajusticiado en 2004. Oración por los condenados a muerte y por la abolición de la pena capital.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 27 de octubre

XXX del tiempo ordinario
Recuerdo del histórico encuentro de Asís (1986) en el que Juan Pablo II invitó a representantes de todas las confesiones cristianas y de las grandes religiones mundiales a rezar por la paz. Recuerdo de Dominique Green, joven afroamericano ajusticiado en 2004. Oración por los condenados a muerte y por la abolición de la pena capital.


Primera Lectura

Sirácida 35,15-17.20-22

Las lágrimas de la viuda, ¿no bajan por su mejilla,
y su clamor contra el que las provocó? Quien sirve de buena gana, es aceptado,
su plegaria sube hasta las nubes. La oración del humilde las nubes atraviesa,
hasta que no llega a su término no se consuela él. hasta no haber machacado los lomos de los sin entrañas,
y haber tomado venganza de las naciones, haber extirpado el tropel de los soberbios,
y quebrado el cetro de los injustos, hasta no haber pagado a cada cual según sus actos,
las obras de los hombres según sus intenciones,

Salmo responsorial

Salmo 33 (34)

Bendeciré a Yahveh en todo tiempo,
sin cesar en mi boca su alabanza;

en Yahveh mi alma se gloría,
¡óiganlo los humildes y se alegren!

Engrandeced conmigo a Yahveh,
ensalcemos su nombre todos juntos.

He buscado a Yahveh, y me ha respondido:
me ha librado de todos mis temores.

Los que miran hacia él, refulgirán:
no habrá sonrojo en su semblante.

Cuando el pobre grita, Yahveh oye,
y le salva de todas sus angustias.

Acampa el ángel de Yahveh
en torno a los que le temen y los libra.

Gustad y ved qué bueno es Yahveh,
dichoso el hombre que se cobija en él.

Temed a Yahveh vosotros, santos suyos,
que a quienes le temen no les falta nada.

Los ricos quedan pobres y hambrientos,
mas los que buscan a Yahveh de ningún bien carecen.

Venid, hijos, oídme,
el temor de Yahveh voy a enseñaros.

¿Quién es el hombre que apetece la vida,
deseoso de días para gozar de bienes?

Guarda del mal tu lengua,
tus labios de decir mentira;

apártate del mal y obra el bien,
busca la paz y anda tras ella.

Los ojos de Yahveh sobre los justos,
y sus oídos hacia su clamor,

el rostro de Yahveh contra los malhechores,
para raer de la tierra su memoria.

Cuando gritan aquéllos, Yahveh oye,
y los libra de todas sus angustias;

Yahveh está cerca de los que tienen roto el corazón.
él salva a los espíritus hundidos.

Muchas son las desgracias del justo,
pero de todas le libera Yahveh;

todos sus huesos guarda,
no será quebrantado ni uno solo.

La malicia matará al impío,
los que odian al justo lo tendrán que pagar.

Yahveh rescata el alma de sus siervos,
nada habrán de pagar los que en él se cobijan.

Segunda Lectura

Segunda Timoteo 4,6-8.16-18

Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación. En mi primera defensa nadie me asistió, antes bien todos me desampararon. Que no se les tome en cuenta. Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará guardándome para su Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 18,9-14

Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

En el Templo Jesús nos enseña a dos personas. Una es un fariseo que sube al templo y ora sintiéndose seguro de sí mismo. Nosotros muchas veces somos como él, nos contentamos con cómo somos, con la vida que llevamos, pero la oración nos ayuda a comprender que no podemos vivir siempre complaciéndonos a nosotros mismos. Aquel fariseo en el fondo se siente justo y no tiene reparo alguno en presumir de sus derechos y de sus méritos incluso ante Dios. Es la actitud arrogante fruto del orgullo y que nos hace pensar muchas veces que el mal está lejos de nosotros y que no nos afecta en primera persona. Cuando pensamos que el mal está fuera de nosotros, que seguramente viene de los demás, caemos una vez más en la lógica del desprecio. Y entonces se hace cada vez más fácil ver los defectos y las culpas de los demás, en lugar de reflexionar sobre los nuestros. "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás", decía el fariseo. Pensaba que era distinto de los demás, se creía mejor: ayunaba dos veces a la semana y pagaba el diezmo de todas sus ganancias, es decir, cumplía los preceptos religiosos. Pero el ayuno y la limosna no le servían ni para purificar el corazón ni para acercarse a los pobres; más bien eran acciones solo para distinguirse de los demás ("rapaces, injustos y adúlteros"). La religión de aquel fariseo lo separa de los demás y, por tanto, lo aleja de Dios. En el Templo, piensa que está frente a Dios, pero en realidad está solo frente a sí mismo como si fuera un ídolo al que adora e inciensa, exaltándose a sí mismo. Quien se exalta y se distingue de los demás, en el fondo se queda solo, y si juzga -y desprecia- a los demás se condena a sí mismo a la soledad.
El publicano, en cambio, se mantenía "a distancia", dice el Evangelio. El publicano es uno como todos los demás, está al fondo del Templo, casi no se distingue de la gente que está fuera, en la calle, en medio de la confusión del mundo. Es un pecador. Los publicanos eran recaudadores de impuestos, que muchas veces robaban el dinero de los pobres y tenían negocios poco claros. No es alguien justo, no es alguien bueno, no es alguien pobre: es un pecador y está lejos de Dios. Pero ante Dios aquel hombre sabe decir quién es, y lo hace con la oración. El publicano reza diciendo: "¡Oh Dios! Ten compasión de mí, que soy pecador". En la oración descubrimos también nosotros que somos pobres y pecadores. Que sea esta también nuestra oración de cada día que nos ayuda a luchar y a derrotar el mal que nace en nuestro corazón. Que sea esta nuestra oración que pide piedad, aquel amor que muchas veces le falta a nuestro corazón. Oremos y demos gracias al Señor porque en la humildad de pedir descubrimos la verdad de nuestra vida y salimos del Templo justificados no por nuestro orgullo, sino por el amor de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.