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Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXXII del tiempo ordinario
Recuerdo de san León Magno ((461), obispo de Roma, que guio la Iglesia en tiempos difíciles.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 10 de noviembre

XXXII del tiempo ordinario
Recuerdo de san León Magno ((461), obispo de Roma, que guio la Iglesia en tiempos difíciles.


Primera Lectura

Segundo de los Macabeos 7,1-2.9-14

Sucedió también que siete hermanos apresados junto con su madre, eran forzados por el rey, flagelados con azotes y nervios de buey, a probar carne de puerco (prohibida por la Ley). Uno de ellos, hablando en nombre de los demás, decía así: «¿Qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que violar las leyes de nuestros padres.» Al llegar a su último suspiro dijo: «Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna.» Después de éste, fue castigado el tercero; en cuanto se lo pidieron, presentó la lengua, tendió decidido las manos (y dijo con valentía: «Por don del Cielo poseo estos miembros, por sus leyes los desdeño y de El espero recibirlos de nuevo).» Hasta el punto de que el rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del ánimo de aquel muchacho que en nada tenía los dolores. Llegado éste a su tránsito, maltrataron de igual modo con suplicios al cuarto. Cerca ya del fin decía así: «Es preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida.»

Salmo responsorial

Salmo 16 (17)

Escucha, Yahveh, la justicia,
atiende a mi clamor,
presta oído a mi plegaria,
que no es de labios engañosos.

Mi juicio saldrá de tu presencia,
tus ojos ven lo recto.

Mi corazón tú sondas, de noche me visitas;
me pruebas al crisol sin hallar nada malo en mí;
mi boca no claudica

al modo de los hombres.
La palabra de tus labios he guardado,
por las sendas trazadas

ajustando mis pasos;
por tus veredas no vacilan mis pies.

Yo te llamo, que tú, oh Dios, me respondes,
tiende hacia mí tu oído, escucha mis palabras,

haz gala de tus gracias, tú que salvas
a los que buscan a tu diestra refugio contra los que
atacan.

Guárdame como la pupila de los ojos,
escóndeme a la sombra de tus alas

de esos impíos que me acosan,
enemigos ensañados que me cercan.

Están ellos cerrados en su grasa,
hablan, la arrogancia en la boca.

Avanzan contra mí, ya me cercan,
me clavan sus ojos para tirarme al suelo.

Son como el león ávido de presa,
o el leoncillo agazapado en su guarida.

¡Levántate, Yahveh, hazle frente, derríbale;
libra con tu espada mi alma del impío,

de los mortales, con tu mano, Yahveh,
de los mortales de este mundo, cuyo lote es la vida!
¡De tus reservas llénales el vientre,
que sus hijos se sacien,
y dejen las sobras para sus pequeños!

Mas yo, en la justicia, contemplaré tu rostro,
al despertar me hartaré de tu imagen.

Segunda Lectura

Segunda Tesalonicenses 2,16-3,5

Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena. Finalmente, hermanos, orad por nosotros para que la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria, como entre vosotros, y para que nos veamos libres de los hombres perversos y malignos; porque la fe no es de todos. Fiel es el Señor; él os afianzará y os guardará del Maligno. En cuanto a vosotros tenemos plena confianza en el Señor de que cumplís y cumpliréis cuanto os mandamos. Que el Señor guíe vuestros corazones hacia el amor de Dios y la tenacidad de Cristo.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 20,27-38

Acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer.» Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Tras la festividad de los santos y el recuerdo de todos aquellos que han muerto (son dos aspectos de la misma conmemoración), la Liturgia de este domingo insiste una vez más en el misterio de la vida más allá de la muerte. No hay duda de que la pregunta por el más allá es una de las cuestiones que recorre e invade toda la historia humana. Los saduceos, un movimiento religioso de intelectuales, había resuelto el problema negando la realidad de la resurrección de los muertos. Además, sobre este tema el Antiguo Testamento no alcanzó una certeza hasta que hubo pasado mucho tiempo (se verá claro en el libro de los Macabeos, como leemos en la primera lectura). El episodio evangélico (Lc 20,27-38) refiere la discusión en la que los saduceos intentan demostrar a Jesús que la fe en la resurrección de los muertos, que también compartían los fariseos, es inaceptable porque lleva a consecuencias ridículas. Y plantean el hipotético caso de una mujer que, según la ley del levirato establecida por Moisés, tuvo que casarse sucesivamente con siete hermanos, que murieron uno tras otro, sin que ninguno le hubiera dado un hijo. Al final muere también la mujer. "¿De cuál de ellos será mujer en la resurrección?", preguntan los saduceos a Jesús (cfr. v. 33). Es una pregunta que no recibe respuesta porque no acepta ir más allá de lo que es la visión material de la vida. El apóstol Pablo escribe: "Ahora vemos como en un espejo, de forma borrosa; pero entonces veremos cara a cara" (1 Co 13,12). Si tuviera que encontrar un ejemplo para intentar expresar la relación entre nuestro mundo y el eterno, tomaría la vida del niño dentro del seno de la madre y su vida cuando sale del seno materno. ¿Qué puede comprender el niño, mientras está en el seno materno, de la vida de fuera? Casi nada. Igualmente, ¿qué podemos decir nosotros de la vida más allá de la muerte? Nada, si la Palabra de Dios no viene a nosotros. Pues bien, en la respuesta a los saduceos, Jesús aparta un poco el velo: "Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que lleguen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido; ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección" (vv. 34-36).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.