ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXXIII del tiempo ordinario
Día mundial de los pobres.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 17 de noviembre

XXXIII del tiempo ordinario
Día mundial de los pobres.


Primera Lectura

Malaquías 3,19-20a

Pues he aquí que viene el Día, abrasador como un horno; todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja; y los consumirá el Día que viene, dice Yahveh Sebaot, hasta no dejarles raíz ni rama. Pero para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos, y saldréis brincando como becerros bien cebados fuera del establo.

Salmo responsorial

Salmo 97 (98)

Cantad a Yahveh un canto nuevo,
porque ha hecho maravillas;
victoria le ha dado su diestra
y su brazo santo.

Yahveh ha dado a conocer su salvación,
a los ojos de las naciones ha revelado su justicia;

se ha acordado de su amor y su lealtad
para con la casa de Israel.
Todos los confines de la tierra han visto
la salvación de nuestro Dios.

¡Aclamad a Yahveh, toda la tierra,
estallad, gritad de gozo y salmodiad!

Salmodiad para Yahveh con la cítara,
con la cítara y al son de la salmodia;

con las trompetas y al son del cuerno aclamad
ante la faz del rey Yahveh.

Brama el mar y cuanto encierra,
el orbe y los que le habitan;

los ríos baten palmas,
a una los montes gritan de alegría,

ante el rostro de Yahveh, pues viene
a juzgar a la tierra;
él juzgará al orbe con justicia,
y a los pueblos con equidad.

Segunda Lectura

Segunda Tesalonicenses 3,7-12

Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos, pues estando entre vosotros no vivimos desordenadamente, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros. No porque no tengamos derecho, sino por daros en nosotros un modelo que imitar. Además, cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 21,5-19

Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.» Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?» El dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.» Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. «Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

El año litúrgico está llegando a su conclusión y la Liturgia nos exhorta a reflexionar sobre las "cosas últimas", sobre el "día abrasador como un horno" que está a punto de llegar, como escribe el profeta Malaquías. También el pasaje evangélico de Lucas subraya el tema del "fin de los tiempos". Pero el lenguaje escatológico que utiliza el evangelista no indica literalmente la caída de las construcciones y el fin de la tierra, sino más bien que cada momento de la vida y de la historia es decisivo si está habitado por la fe de los creyentes. Nosotros, ya hoy, vivimos un momento en el que el "sol de justicia" nos quemará como paja o nos hará trabajadores de un nuevo día. Jesús toma como ejemplo la majestuosa belleza del Templo de Jerusalén que debía suscitar orgullo y seguridad en los discípulos: en aquel templo que destacaba por sus mármoles y su decoración, los discípulos sentían una especie de garantía por su futuro y por el futuro del pueblo de Israel. Pero Jesús, con gran trascendencia, dijo: "De esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra" (v. 6). Los discípulos, desconcertados por esta afirmación que hacía tambalear también su seguridad, preguntan cuándo tienen que suceder aquellas cosas, pensando tal vez que, si tenían que suceder, iba a ser al cabo de mucho tiempo. Jesús no contesta la pregunta de los discípulos, sino que les dice que estén atentos, que no se dejen engañar y que sean fieles testimonios del Evangelio.
No hay duda de que la nuestra es una época grave. Todas las épocas de la historia en realidad se pueden describir con las "señales" de las que habla Jesús en el Evangelio: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, se verán cosas espantosas y grandes señales del cielo" (vv. 10-11). Estas palabras no se proyectan hacia un futuro lejano. Describen el hoy del mundo en el que muchos cristianos son perseguidos. Jesús dice: "Os echarán mano y os perseguirán" (v. 12). Es cierto: no hay muchos lugares en la tierra donde los cristianos son perseguidos, pero los hay; sea como sea, no faltan los perseguidos (aunque no sean cristianos). Podríamos leer en este contexto los tristes episodios de intolerancia y racismo que siguen asolando nuestras ciudades. Hoy los sufren especialmente los pobres, a quienes la Iglesia dedica este día, precisamente para poner de manifiesto que son, mucho más que el Templo de Jerusalén, el lugar donde se manifiesta la presencia de Dios. Y precisamente en el amor por los pobres los cristianos tienen ocasión de "dar testimonio" (v. 13). Es decir, en medio de estos desastres el Evangelio pide a los discípulos un testimonio valiente y pleno. Este tiempo no es un tiempo de acomodaciones, de ajustes, de compromisos, para salvar lo salvable. Es necesario que el Evangelio brille con claridad en el rostro de los cristianos. En ese sentido estamos viviendo los "tiempos últimos", los tiempos en los que somos quemados como paja o resucitamos a un nuevo día.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.