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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

I de Adviento
Recuerdo del beato Carlos de Jesús (Charles de Foucauld), "hermano universal", asesinado en 1916 en el desierto argelino donde vivía en oración y en fraternidad con el pueblo tuareg.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 1 de diciembre

I de Adviento
Recuerdo del beato Carlos de Jesús (Charles de Foucauld), "hermano universal", asesinado en 1916 en el desierto argelino donde vivía en oración y en fraternidad con el pueblo tuareg.


Primera Lectura

Isaías 2,1-5

Lo que vio Isaías, hijo de Amós, tocante a Judá y Jerusalén. Sucederá en días futuros
que el monte de la Casa de Yahveh
será asentado en la cima de los montes
y se alzará por encima de las colinas.
Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán:
"Venid, subamos al monte de Yahveh,
a la Casa del Dios de Jacob,
para que él nos enseñe sus caminos
y nosotros sigamos sus senderos."
Pues de Sión saldrá la Ley,
y de Jerusalén la palabra de Yahveh. Juzgará entre las gentes,
será árbitro de pueblos numerosos.
Forjarán de sus espadas azadones,
y de sus lanzas podaderas.
No levantará espada nación contra nación,
ni se ejercitarán más en la guerra. Casa de Jacob, andando, y vayamos,
caminemos a la luz de Yahveh.

Salmo responsorial

Salmo 121 (122)

¡Oh, qué alegría cuando me dijeron:
Vamos a la Casa de Yahveh!

¡Ya estamos, ya se posan nuestros pies
en tus puertas, Jerusalén!

Jerusalén, construida cual ciudad
de compacta armonía,

a donde suben las tribus,
las tribus de Yahveh,
es para Israel el motivo de dar gracias
al nombre de Yahveh.

Porque allí están los tronos para el juicio,
los tronos de la casa de David.

Pedid la paz para Jerusalén:
¡en calma estén tus tiendas,

haya paz en tus muros,
en tus palacios calma!

Por amor de mis hermanos y de mis amigos,
quiero decir: ¡La paz contigo!

¡Por amor de la Casa de Yahveh nuestro Dios,
ruego por tu ventura.

Segunda Lectura

Romanos 13,11-14a

Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque es ya hora de levantaros del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 24,37-44

«Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Con este primer Domingo de Adviento empieza el nuevo año litúrgico, que la Iglesia nos pide vivir como una peregrinación espiritual hacia ese "monte de la Casa del Señor", del que habla el profeta Isaías. No es un camino sin meta, a merced de los acontecimientos. La meta se nos indica claramente: la Jerusalén del cielo. Y la Palabra de Dios guiará nuestros pasos, día tras día, domingo tras domingo. El Adviento caracteriza estos días con una gracia especial: comprender mejor a Jesús como "aquel que viene", como el que deja el cielo para habitar con nosotros sobre la tierra.
Es él quien viene hacia nosotros más que nosotros ir hacia él. Generalmente estamos tan concentrados en nosotros mismos que no nos damos cuenta de su venida. Por eso la advertencia del Evangelio a estar vigilantes: "también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre". El apóstol Pablo también insiste: "es ya hora de levantaros del sueño". Y explica: "como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias" (13,13). El apóstol invita a una vigilancia activa, no estática, para poder vivir de forma fructífera este tiempo que se abre ante nosotros. He aquí el tiempo de Adviento, un tiempo oportuno para volver a escuchar la Palabra de Dios y dirigir así nuestra mirada hacia Jesús que viene en medio de los hombres. Esta es la segunda reflexión que la Palabra de Dios nos sugiere. Para que comprendamos la urgencia de tomar de inmediato la decisión de dirigir nuestra mirada hacia la meta, Jesús usa el lenguaje típico de los últimos tiempos. En efecto, estos días no volverán para ninguno de nosotros. Si no acogemos hoy la exhortación de Jesús, la perderemos. Jesús llega a compararse con un ladrón que llega de repente: "Si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa". Estas palabras, con su singularidad, nos llaman a estar vigilantes, es decir, a no estar distraídos, resignados o perezosos. Velar quiere decir rezar, estar atento a los pobres y darnos cuenta de los signos de la presencia de Dios en el mundo. Todo esto purifica los ojos del corazón y de la mente: tendremos los ojos limpios para darnos cuenta de los signos de su paso. El Adviento es verdaderamente un tiempo oportuno para "levantarnos del sueño"; para alzarnos del cómodo lecho de nuestras costumbres egocéntricas y "revestirnos del Señor Jesús", de sus sentimientos, e ir a su encuentro mientras viene para estar con nosotros y conducirnos hacia el futuro de amor y de paz, sabiendo que este sueño es para todos, como escribe el profeta: "acudirán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte del Señor" (Is 2,3).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.