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Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Nicolás († 343), cuyas reliquias se encuentran en Bari. Fue obispo en Mira, en Asia menor (la actual Turquía), y es venerado en todo Oriente (recuerdo de todos los cristianos que viven en Oriente). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 6 de diciembre

Recuerdo de san Nicolás († 343), cuyas reliquias se encuentran en Bari. Fue obispo en Mira, en Asia menor (la actual Turquía), y es venerado en todo Oriente (recuerdo de todos los cristianos que viven en Oriente).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 29,17-24

¿Acaso no falta sólo un poco,
para que el Líbano se convierta en vergel,
y el vergel se considere una selva? Oirán aquel día los sordos
palabras de un libro,
y desde la tiniebla y desde la oscuridad
los ojos de los ciegos las verán, los pobres volverán a alegrarse en Yahveh,
y los hombres más pobres en el Santo de Israel se
regocijarán. Porque se habrán terminado los tiranos,
se habrá acabado el hombre burlador,
y serán exterminados todos los que desean el mal; los que declaran culpable a otro con su palabra,
y tienden lazos al que juzga en la puerta,
y desatienden al justo por una nonada. Por tanto, así dice Yahveh,
Dios de la casa de Jacob,
el que rescató a Abraham:
"No se avergonzará en adelante Jacob,
ni en adelante su rostro palidecerá; porque en viendo a sus hijos, las obras de mis manos, en medio de él,
santificarán mi Nombre."
Santificarán al Santo de Jacob,
y al Dios de Israel tendrán miedo. Los descarriados alcanzarán inteligencia,
y los murmuradores aprenderán doctrina.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estas palabras cierran el capítulo dedicado a Jerusalén, de la que se anunciaba el castigo a causa de su ceguera espiritual. Sin embargo, Isaías anuncia la gran obra de transformación de la humanidad. No hará falta esperar mucho, dice: "falta solo un poco" y el Señor intervendrá. Esta palabra quiere como hacernos tocar con la mano lo que sucede cuando el Señor interviene: "El Líbano se convertirá en vergel, y el vergel se considerará una selva". Hasta la creación siente el beneficio del cambio del corazón de los hombres. Ellos vivirán sobre la tierra sin desfigurarla, sin explotarla para sus propios intereses. Es indispensable la vigilancia, es decir, la escucha asidua de la Palabra de Dios. El profeta muestra que cuando el pueblo ya no es sordo al Señor consigue abrir los ojos y se da cuenta del amor fiel que Dios siente por sus hijos. Así hizo Abrahán, recuerda Isaías. El pueblo de Dios, un pueblo humilde que se confía a la fuerza de su Señor, se encuentra junto al pueblo de los pobres que vuelve a alegrarse porque siente la cercanía del Santo de Israel. Hay una alianza nueva entre el pueblo de los creyentes y el de los pobres: se unen en el nuevo mundo de Dios, donde el tirano y el arrogante son abatidos, y todos los que traman iniquidad e insidias son derrotados. Con esta alianza Dios instaura el nuevo reino. El profeta advierte: "No se avergonzará en adelante Jacob, ni en adelante su rostro palidecerá; porque en viendo a sus hijos, las obras de mis manos, en medio de él, santificarán mi Nombre". No solo los creyentes no se avergonzarán, sino que podrán alegrarse por las obras que el Señor ha realizado a través de ellos en medio de los hombres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.