ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 11 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 40,25-31

¿Con quién me asemejaréis
y seré igualado?, dice el Santo. Alzad a lo alto los ojos y ved:
¿quién ha hecho esto?
El que hace salir por orden al ejército celeste,
y a cada estrella por su nombre llama.
Gracias a su esfuerzo y al vigor de su energía,
no falta ni una. ¿Por qué dices, Jacob,
y hablas, Israel:
"Oculto está mi camino para Yahveh,
y a Dios se le pasa mi derecho?" ¿Es que no lo sabes?
¿Es que no lo has oído?
Que Dios desde siempre es Yahveh,
creador de los confines de la tierra,
que no se cansa ni se fatiga,
y cuya inteligencia es inescrutable. Que al cansado da vigor,
y al que no tiene fuerzas la energía le acrecienta. Los jóvenes se cansan, se fatigan,
los valientes tropiezan y vacilan, mientras que a los que esperan en Yahveh
él les renovará el vigor,
subirán con alas como de águilas,
correrán sin fatigarse
y andarán sin cansarse.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Muchas veces en la vida perdemos la verdad de nosotros mismos y de la historia: el orgullo y la estupidez ciegan y no dejan ver la situación de debilidad en la que todos vivimos. Y confiamos en poder encontrar la salvación bien en nosotros mismos o bien en los "ídolos" como la riqueza, la carrera o el bienestar personal. El profeta invita a Israel a mirar a su alrededor, a ver las naciones de la tierra -incluso las que parecen fuertes e indestructibles- para darse cuenta de su debilidad. El profeta exhorta a levantar la mirada para ver la fuerza del amor de Dios que ha creado y sostiene todo. Nuestra fuerza está en el Señor. Esta mirada espiritual -fruto de la oración y de la escucha de la Palabra de Dios- purifica los ojos de nuestro corazón y nos libra de confiarnos a los ídolos. Y no debemos olvidar que el primer "ídolo" que todos estamos tentados de venerar es nuestro "yo". Hay quien habla de "egolatría" para definir un verdadero y auténtico culto al yo, sobre cuyo altar se sacrifican hasta las cosas más bellas, hasta tal punto vuelve ciegos. El profeta, con un séquito apremiante de preguntas, despierta en nosotros el sentido de Dios y de su grandeza. Solo el Señor es grande y solo él gobierna el mundo y la historia. Quien se confía al Señor recibe ayuda y consuelo, vigor y fuerza. Todos, jóvenes y grandes, estamos exhortados a tener confianza solo en Dios: "los que esperan en el Señor él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse". Él, el Creador del cielo y de la tierra, de las cosas visibles e invisibles, es nuestro apoyo y nuestra ayuda. No desesperemos en el cansancio de la vida, confiémonos al Señor y recuperaremos la fuerza para caminar de inmediato hacia su presencia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.