ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 28 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Samuel 6,12-15.17-19

Se hizo saber al rey David: "Yahveh ha bendecido la casa de Obededom y todas sus cosas a causa del arca de Dios." Fue David e hizo subir el arca de Dios de casa de Obededom a la Ciudad de David, con gran alborozo. Cada seis pasos que avanzaban los portadores del arca de Yahveh, sacrificaba un buey y un carnero cebado. David danzaba y giraba con todas sus fuerzas ante Yahveh, ceñido de un efod de lino. David y toda la casa de Israel hacían subir el arca de Yahveh entre clamores y resonar de cuernos. Metieron el arca de Yahveh y la colocaron en su sitio, en medio de la tienda que David había hecho levantar para ella y David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión en presencia de Yahveh. Cuando David hubo acabado de ofrecer los holocaustos y sacrificios de comunión, bendijo al pueblo en nombre de Yahveh Sebaot y repartió a todo el pueblo, a toda la muchedumbre de Israel, hombres y mujeres, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pan de pasas a cada uno de ellos, y se fue todo el pueblo cada uno a su casa.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras haber establecido Israel como capital del reino, David decide trasladar allí el arca del alianza. Desde la época de Moisés el arca era el signo de la presencia del Señor en medio de su pueblo. Contenía las tablas de la Ley con las "diez palabras", una vasija con el maná en recuerdo del milagro que se había producido en el desierto y la rama de Aarón que floreció como confirmación del sumo sacerdocio. Tras la entrada del pueblo de Israel a Canaán el arca todavía no había encontrado un lugar definitivo. Entonces David decidió trasladarla a la nueva capital del reino. Consciente de la importancia de aquel ingreso, moviliza "a todo lo mejor de Israel". Todo se produce de manera solemne a la par que alegre. Pero no debe faltar el respeto debido al lugar de la presencia de Dios. Contraviniendo la prohibición de "tocar lo sagrado", "extendió Uzá la mano hacia el arca de Dios y la sujetó, porque los bueyes amenazaban volcarla". Pero "le hirió Dios por este atrevimiento y murió junto al arca de Dios". No tener el santo temor por las cosas de Dios siempre lleva a la ruina. David se entristeció por aquella muerte y también él "tuvo miedo del Señor". Todas las Escrituras hablan de este "temor" a Dios como condición indispensable para reconocer la santidad de Dios. El arca continúa su peregrinación pero con un ritual nuevo: ya no es transportada en un carro, según la costumbre de los filisteos, sino a hombros de los levitas, como había ordenado Moisés (Nm 4,5-15). A medida que avanzaban, se ofrecían sacrificios de acción de gracias y de propiciación. David está frente al arca "bailando delante del Señor con todas sus fuerzas" para demostrar su entusiasmo por aquel acontecimiento. Su esposa, Mical, hija de Saúl, no solo no comprende aquel entusiasmo sino que se escandaliza. David contestó que, si se había mostrado como "un cualquiera" ante los israelitas, era como muestra de reconocimiento a aquel que lo había elegido como rey y ante el cual estaba dispuesto a rebajarse más aún. En este "rebajarse" de David vemos otra prefiguración del futuro Mesías que se rebaja y asume la condición de esclavo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.