ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 29 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Samuel 7,4-17

Pero aquella misma noche vino la palabra de Dios a Natán diciendo: Ve y di a mi siervo David: Esto dice Yahveh. ¿Me vas a edificar tú una casa para que yo habite? No he habitado en una casa desde el día en que hice subir a los israelitas de Egipto hasta el día de hoy, sino que he ido de un lado para otro en una tienda, en un refugio. En todo el tiempo que he caminado entre todos los israelitas ¿he dicho acaso a uno de los jueces de Israel a los que mandé que apacentaran a mi pueblo Israel: "¿Por qué no me edificáis una casa de cedro?" Ahora pues di esto a mi siervo David: Así habla Yahveh Sebaot: Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel. He estado contigo dondequiera has ido, he eliminado de delante de ti a todos tus enemigos y voy a hacerte un nombre grande como el nombre de los grandes de la tierra: fijaré un lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré allí para que more en él; no será ya perturbado y los malhechores no seguirán oprimiéndole como antes, en el tiempo en que instituí jueces en mi pueblo Israel; le daré paz con todos sus enemigos. Yahveh te anuncia que Yahveh te edificará una casa. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. (El constituirá una casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre.) Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Si hace mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres, pero no apartaré de él mi amor, como lo aparté de Saúl a quien quité de delante de mí. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente." Natán habló a David según todas estas palabras y esta visión.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En esta página se llega a la cumbre teológica del segundo libro de Samuel: la promesa a David de la descendencia y del reino. Aquella promesa será evocada repetidamente en los salmos (Sal 89 y 132) y en los momentos culminantes de la vida de Israel y de la vida de los profetas. Y en el alba del Nuevo Testamento, resonará en las palabras del arcángel Gabriel que le anuncia a María el nacimiento de Jesús (Lc 1,30-33). La primera Iglesia predicará que en Cristo se cumple lo que se le había prometido a David (cfr. Hb 1,5; Hch 2,29-30). La narración parte de la consideración que hace David entre su casa, un sólido edificio, y la más precaria casa del arca, bajo una tienda. David había decidido construir un templo para el Señor. Pero Dios hace que se retracte aquella misma noche. No es Dios, quien necesita una casa, sino más bien el pueblo de Israel. Los lugares de culto que había fijado al inicio (Gn 12,7-8; 28,20-22; 35,14), junto con el tabernáculo (Ex 26; 33,7-11), eran signos de su presencia en medio del pueblo. Dios decidió caminar junto a su pueblo y compartir las dificultades de la historia, y por eso advierte a David de que, del mismo modo que en el pasado nunca había pedido que construyeran un templo, tampoco ahora lo había pedido (vv. 6-7). El Señor, sin tener una morada fija donde habitar, guio tanto al pueblo como a David en sus empresas. El Señor no necesita paredes, prefiere la precariedad de quien vive por la calle y se enfrenta a largos viajes para buscar un futuro. Así pues, no es el Señor, quien necesita una morada estable, sino Israel, que la necesita para no olvidar al Señor y la historia de su fidelidad. Por eso el mismo Dios construirá una morada para su pueblo. Es aquella morada que no será el templo construido por manos de hombre, sino aquel templo del que Jesús dirá: "Destruid este santuario y en tres días lo levantaré" (Jn 2,19).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.