ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 2 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Génesis 17,3-9

Cayó Abram rostro en tierra, y Dios le habló así: Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abram, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido. Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi alianza entre nosotros dos, y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: una alianza eterna, de ser yo el Dios tuyo y el de tu posteridad. Yo te daré a ti y a tu posteridad la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos." Dijo Dios a Abraham: "Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

La experiencia del exilio y de la dominación extranjera -época en la que fue escrita esta página bíblica- había reducido Israel a una pequeña extensión que veía que se sometía a una dura prueba la promesa hecha por Dios de ser un pueblo grande y numeroso y de poseer una tierra fértil que habitar, una patria estable donde prosperar y un lugar seguro donde vivir en paz. En estos momentos de esclavitud, de privaciones y de sufrimiento, Israel recuerda las promesas antiguas de aquella "alianza eterna" hecha por Dios a Abrahán de hacerle "padre de una muchedumbre de pueblos" y de habitar en la tierra de Canaán. Al volver a evocar esta alianza, el pueblo de Israel no alude solo a una antigua memoria, no regresa al recuerdo de un pasado glorioso, sino que convierte aquella promesa en algo actual. Así sucede cada vez que se escuchan las Escrituras, también para nosotros discípulos del Señor. Cuando se abre el libro de las Sagradas Escrituras, sobre todo en los momentos de la oración en común, es el Señor quien desciende de nuevo en medio de su pueblo y nos habla, nos reconstruye precisamente como pueblo que está en escucha de su Palabra, nos refuerza con su Espíritu, nos vuelve a donar su sueño, nos refuerza la vocación de ser testigos de su amor en el mundo y nos asegura la promesa del futuro. Por esto puede pedir a Abrahán y también a nosotros: "Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.