ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

Fiesta de la Santísima Trinidad
Las Iglesias ortodoxas celebran Pentecostés.
Leer más

Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 7 de junio

Fiesta de la Santísima Trinidad
Las Iglesias ortodoxas celebran Pentecostés.


Primera Lectura

Éxodo 34,4-6.8-9

Labró Moisés dos tablas de piedra como las primeras y, levantándose de mañana, subió al monte Sinaí como le había mandado Yahveh, llevando en su mano las dos tablas de piedra. Descendió Yahveh en forma de nube y se puso allí junto a él. Moisés invocó el nombre de Yahveh. Yahveh pasó por delante de él y exclamó: "Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, Al instante, Moisés cayó en tierra de rodillas y se postró, diciendo: "Si en verdad he hallado gracia a tus ojos, oh Señor, dígnese mi Señor venir en medio de nosotros, aunque sea un pueblo de dura cerviz; perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y recíbenos por herencia tuya."

Salmo responsorial

Salmo 3

Yahveh, ¡cuán numerosos son mis adversarios,
cuántos los que se alzan contra mí!

"¡Cuántos los que dicen de mi vida:
""No hay salvación para él en Dios!"" Pausa. "

Mas tú, Yahveh, escudo que me ciñes,
mi gloria, el que realza mi cabeza.

A voz en grito clamo hacia Yahveh,
y él me responde desde su santo monte. Pausa.

Yo me acuesto y me duermo,
me despierto, pues Yahveh me sostiene.

No temo a esas gentes que a millares
se apostan en torno contra mí.

¡Levántate, Yahveh!
¡Dios mío, sálvame!
Tú hieres en la mejilla a todos mis enemigos,
los dientes de los impíos tú los rompes.

De Yahveh la salvación.
Tu bendición sobre tu pueblo.

Segunda Lectura

Segunda Corintios 13,11-13

Por lo demás, hermanos, alegraos; sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso santo. Todos los santos os saludan. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,16-18

Porque tanto amó Dios al mundo
que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado;
pero el que no cree, ya está juzgado,
porque no ha creído
en el Nombre del Hijo único de Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

La santa liturgia que hoy nos acompaña nos sugiere que la Iglesia que nació en Pentecostés dio sus primeros pasos en el nombre de la Trinidad. Todo viene de Dios, de su misterio de amor sin límites por el que el Padre envió a su propio Hijo para salvar a todos los pueblos: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16), le dice Jesús a Nicodemo. Y el autor de la carta a los Hebreos hace referencia a este amor siempre en salida de Dios: "Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (Hb 1,1-2). Y Jesús, después de su resurrección, infundió sobre los discípulos el Espíritu Santo que los llevó a la verdad completa. La fiesta de la Trinidad, mientras nos invita a celebrar este amor sin límites de Dios, hace que contemplemos la Iglesia, la Comunidad cristiana, como el fruto del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La Iglesia, la Comunidad cristiana no es obra de los hombres, no es el fruto de una simple iniciativa humana. Es fruto de Dios, es obra de su amor, es su gran regalo al mundo. Por eso la Iglesia, la Comunidad cristiana es ante todo un misterio que hay que contemplar, acoger, respetar, custodiar, defender y amar. Esa es una de las grandes conquistas del Concilio Vaticano II: la Iglesia es ante todo un misterio de amor; un misterio que debemos contemplar, acoger, respetar, custodiar y amar. Solo en esta realidad la Iglesia es comunidad, y no una institución en la que solo importa la organización. Quien escucha el Evangelio con el corazón no solo es acogido en una comunidad organizada, sino que es acogido sobre todo en el misterio trinitario, en la comunión con Dios. Nosotros vivimos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. La hermosa costumbre de hacer la señal de la cruz al inicio y al final de toda acción nos recuerda precisamente este misterio del que formamos parte. En su misma constitución la Iglesia es una vocación: está al servicio de la unidad y de la comunión. La fiesta de la Trinidad es una invitación insistente a entrar en el dinamismo mismo de Dios, a tener sus mismas ambiciones, a vivir su misma vida y a gozar del amor que nunca acaba. El Señor, que quiere la salvación de todos, la hace realidad reuniendo a los hombres y a las mujeres a su alrededor en una gran familia sin límites. La salvación se llama, precisamente, comunión con Dios y entre los hombres. Quizás es un sueño ingenuo, pero es un sueño hermoso. Es el sueño que Dios tiene para el mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.