ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 9 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Oseas 11,1-4.8-9

Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí:
a los Baales sacrificaban,
y a los ídolos ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraím a caminar,
tomándole por los brazos,
pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía,
con lazos de amor,
y era para ellos como los que alzan a un niño contra
su mejilla,
me inclinaba hacia él y le daba de comer. ¿Cómo voy a dejarte, Efraím,
cómo entregarte, Israel?
¿Voy a dejarte como a Admá,
y hacerte semejante a Seboyim?
Mi corazón está en mí trastornado,
y a la vez se estremecen mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera,
no volveré a destruir a Efraím,
porque soy Dios, no hombre;
en medio de ti yo soy el Santo,
y no vendré con ira.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje describe la atención paterna y materna de Dios por Israel, su hijo. Es una de las páginas más tiernas y conmovedoras de todas las Sagradas Escrituras. Presenta el lamento de un padre traicionado por su hijo a pesar del amor visceral que tiene por él. El mismo llamamiento inicial de Dios brota de un corazón apasionado que quiere confiarle a aquel hijo una misión extraordinaria, y por eso lo libra de la esclavitud y luego poco a poco se ocupa de él, lo hace crecer, le enseña a caminar tomándolo de la mano, lo atrae hacia él con lazos de bondad y se inclina para alimentarlo. ¿Qué no ha hecho este padre por su hijo? ¡Y aun así no recibe más que traiciones! Es una página que podemos aplicarnos también a nosotros. El Señor también se ha ocupado de nosotros. Su llamamiento nos ha hecho entrar en su pueblo, en su familia, en la comunidad de creyentes. Y tenemos una madre: la Iglesia. Los padres de la primera Iglesia decían: "No se puede tener a Dios por padre si no se tiene a la Iglesia por madre". Es el gran regalo que nos ha hecho Dios. Y sin embargo, también nosotros muchas veces nos comportamos como Israel: continuamos siguiendo nuestros instintos y alejándonos de Dios. Pero el Señor no abandona el sueño que tiene para nosotros, el sueño de librarnos de todas las esclavitudes del mundo para que seamos testigos de un amor extraordinario en medio de todos los pueblos. A pesar de nuestras traiciones, Él vuelve a llamarnos, a seguirnos, a perdonarnos, a llevarnos hacia él. Ningún padre del mundo continuaría comportándose como él. Dios, en cambio, no deja de conmoverse, y afirma: "No daré curso al furor de mi cólera". Y continúa estremeciéndose de amor por nosotros, nos sigue, nos habla para que volvamos a él y nos dejemos envolver por su misericordia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.