ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 8 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Habacuc 1,12-2,4

¿No eres tú desde antiguo, Yahveh,
mi Dios, mi santo? ¡Tú no mueres!
¡Para juicio le pusiste tú, Yahveh,
oh Roca, para castigar le estableciste! Muy limpio eres de ojos para mirar el mal,
ver la opresión no puedes.
¿Por qué ves a los traidores
y callas cuando el impío traga al que es más justo que
él? Tú tratas a los hombres como a peces del mar,
como a reptiles que no tienen amo. A todos los saca él con anzuelo,
los atrae en su red,
en su traína los recoge.
Por eso se alegra y regocija, por eso sacrifica a su red,
e inciensa a su traína,
porque gracias a ellas es pingüe su porción,
y suculenta su comida. Por eso vacía sin cesar su red
para matar naciones sin piedad. En mi puesto de guardia me pondré,
me plantaré en mi muro,
y otearé para ver lo que él me dice,
lo que responde a mi querella. Y me respondió Yahveh y dijo:
"Escribe la visión,
ponla clara en tablillas
para que se pueda leer de corrido. Porque es aún visión para su fecha,
aspira ella al fin y no defrauda;
si se tarda, espérala,
pues vendrá ciertamente, sin retraso. He aquí que sucumbe quien no tiene el alma recta,
más el justo por su fidelidad vivirá.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor no es un Dios silencioso, mudo, como los ídolos de este mundo. El profeta reproduce estas palabras de Dios: "Pienso movilizar a los caldeos, un pueblo cruel y fogoso". Los caldeos eran el pueblo que había destruido Jerusalén y había puesto fin al reino de Judá, y ahora es elegido por el Señor para instaurar la justicia. "¡Para juzgar lo pusiste, Señor -le dice Habacuc a Dios-, oh Roca, fiscal lo nombraste!". En la primera parte de su oráculo Habacuc describe la fuerza militar de los caldeos, ante los que nadie puede resistir: son feroces ("lobos esteparios"), hacen prisioneros con facilidad y conquistan ciudades y países enteros. Podría parecer que Dios responde a la violencia con la guerra, con más violencia. Y aunque en tiempo del profeta la guerra era considerada como un medio adecuado para eliminar situaciones de injusticia, el profeta pone de relieve su ambigüedad. ¿Cómo puede hacerse justicia utilizando la violencia? Y habla de ello con el mismo Dios. Aun exaltando su componente de justicia y su santidad, el profeta no deja de describir la inhumanidad de la guerra, casi acusando al mismo Dios por haberla impulsado y por seguir apoyando la injusticia: "Tus ojos puros no pueden ver el mal, eres incapaz de contemplar la opresión. ¿Por qué ves a los traidores y callas cuando traga el impío al que es más justo que él?". En un conflicto, el hombre y la mujer pierden el sentido de humanidad, son solo enemigos que deben destruirse el uno al otro. ¡Cuántas veces los conflictos nacen por la codicia de poseer, de dominar a los demás! En realidad, la guerra no solo no resuelve el problema de la violencia, sino que lo agrava. La prosperidad del vencedor se convierte en la condena de seguir utilizando la violencia. Por eso es cierto que la guerra es la "madre de todas las pobrezas".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.