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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

II del tiempo ordinario
Recuerdo de san Antonio Abad (†356). Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 17 de enero

II del tiempo ordinario
Recuerdo de san Antonio Abad (†356). Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo.


Primera Lectura

1Samuel 3,3.10.19

no estaba aún apagada la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el Santuario de Yahveh, donde se encontraba el arca de Dios. Vino Yahveh, se paró y llamó como las veces anteriores "Samuel, Samuel!" Respondió Samuel: "¡Habla, que tu siervo escucha." Samuel crecía, Yahveh estaba con él y no dejó caer en tierra ninguna de sus palabras.

Salmo responsorial

Salmo 39 (40)

En Yahveh puse toda mi esperanza,
él se inclinó hacia mí
y escuchó mi clamor.

Me sacó de la fosa fatal,
del fango cenagoso;
asentó mis pies sobre la roca,
consolidó mis pasos.

Puso en mi boca un canto nuevo,
una alabanza a nuestro Dios;
muchos verán y temerán,
y en Yahveh tendrán confianza.

Dichoso el hombre aquel
que en Yahveh pone su confianza,
y no se va con los rebeldes,
que andan tras la mentira.

¡Cuántas maravillas has hecho,
Yahveh, Dios mío,
qué de designios con nosotros:
no hay comparable a ti!
Yo quisiera publicarlos, pregonarlos,
mas su número excede toda cuenta.

Ni sacrificio ni oblación querías,
pero el oído me has abierto;
no pedías holocaustos ni víctimas,

dije entonces: Heme aquí, que vengo.
Se me ha prescrito en el rollo del libro

hacer tu voluntad.
Oh Dios mío, en tu ley me complazco
en el fondo de mi ser.

He publicado la justicia
en la gran asamblea;
mira, no he contenido mis labios,
tú lo sabes, Yahveh.

No he escondido tu justicia en el fondo de mi corazón,
he proclamado tu lealtad, tu salvación,
no he ocultado tu amor y tu verdad
a la gran asamblea.

Y tú, Yahveh, no contengas
tus ternuras para mí.
Que tu amor y tu verdad
incesantes me guarden.

Pues desdichas me envuelven
en número incontable.
Mis culpas me dan caza,
y no puedo ya ver;
más numerosas son que los cabellos de mi cabeza,
y el corazón me desampara.

¡Dígnate, oh Yahveh, librarme,
Yahveh, corre en mi ayuda!

¡Queden avergonzados y confusos todos juntos
los que buscan mi vida para cercenarla!
¡Atrás, sean confundidos
los que desean mi mal!

"Queden consternados de vergüenza
los que dicen contra mí: ""¡Ja, Ja!"" "

"¡En ti se gocen y se alegren
todos los que te buscan!
Repitan sin cesar: ""¡Grande es Yahveh!"",
los que aman tu salvación."

Y yo, pobre soy y desdichado,
pero el Señor piensa en mí;
tú, mi socorro y mi libertador,
oh Dios mío, no tardes.

Segunda Lectura

Primera Corintios 6,13.15.17-20

La comida para el vientre y el vientre para la comida. Mas lo uno y lo otro destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él. ¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 1,35-42

Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios.» Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, Cristo. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, "Piedra".

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

El Evangelio que hemos escuchado nos lleva junto al Bautista a las orillas del Jordán donde el pueblo de Israel había entrado en la tierra prometida. La tradición judía quería que el Mesías apareciera allí cuando viniera. La espera estaba a punto de cumplirse. El Bautista ve a Jesús pasar entre la multitud: "Fijándose en Jesús que pasaba", escribe el evangelista. Entrenado para escudriñar las Escrituras, sus ojos estaban listos para reconocer su rostro. Y le indica inmediatamente: "He ahí el Cordero de Dios". Utiliza un término querido sobre todo para Isaías que habla del siervo sufriente como un cordero "que quita los pecados del mundo" (Is 53,7), el que liberaría al pueblo de la esclavitud llevando sobre sus hombros el pecado de todos. Es el verdadero cordero de la Pascua. Las palabras del Bautista no caen en el vacío. Dos de sus discípulos, Andrés y Juan, las escuchan e intuyen el sentido profundo, tanto que siguen al hombre que el Bautista ha indicado. Después de un tramo de camino, Jesús se dio la vuelta y "al ver que le seguían", les preguntó: "¿Qué buscáis?". Y ellos: "Maestro, ¿dónde vives?". La insistencia en "ver" es singular. Ya el Bautista "fija su mirada" (una observación cuidadosa) en Jesús; luego es Jesús quien "observa" a los dos que le siguen (es una mirada que escruta) y les invita a ir a "ver"; los dos "fueron, pues, vieron"; y finalmente Jesús "fija su mirada" en Simón y cambia su nombre. Es un "ver" intenso, una mirada que desciende en profundidad, que está atenta a las preguntas de los que están delante de ti, que tiende a vincular relaciones directas, profundas, continuas: "ven y verás". "Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día." La fuerza del lenguaje simbólico de Juan nos invita a comprender la importancia de "ver" en un mundo en el que la concentración en uno mismo nos impide ver, percibir a los demás e interesarnos por ellos. En esta escena del Evangelio vemos cómo nace la hermandad cristiana: es una historia que comienza con un cruce de miradas que conducen a la invitación, al seguimiento y a estar con Jesús.
Para Andrés y Juan, ese encuentro marcó sus vidas. Nunca lo olvidaron, tanto que el evangelista indica también la hora: "Y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima". No conocemos el contenido de esa reunión, pero desde entonces se convirtieron en discípulos de Jesús. Una nueva historia comenzó para ellos; y siguieron otras. Los dos dejaron a Jesús y fueron a ver a Simón: "Hemos encontrado al Mesías", le dijeron y le llevaron a Jesús; y Jesús, "fijando su mirada" en Simón, una vez más la mirada, cambió su corazón y su vida: "tú te llamarás Cefas, que quiere decir, Piedra". Esta historia de encuentros y miradas es una historia sagrada. Incluso para nosotros que somos parte de ella. Esta página del evangelio nos devuelve a la vida; porque no está cerrada; y menos aún podemos dejarla fracasar. El Señor nos pide que la multipliquemos, aquí y en todas partes donde vayamos, para muchos que esperan el consuelo y la salvación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.