ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las antiguas iglesias orientales (siro-ortodoxa, copta, armenia, etíope, siro-malabar) y de la iglesia asiria. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 20 de enero

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las antiguas iglesias orientales (siro-ortodoxa, copta, armenia, etíope, siro-malabar) y de la iglesia asiria.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 3,1-6

Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio.» Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano.» El la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarle.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es sábado y Jesús, como es su costumbre, va a la sinagoga para rezar. Allí se encuentra con un hombre con una grave minusvalía en el brazo. El Evangelio apócrifo según los judíos pone en los labios de este hombre la siguiente oración: "Yo era albañil, me ganaba la vida con el trabajo de mis manos; oh Jesús, te ruego que me cures para que no tenga que mendigar vergonzosamente mi pan". Jesús, apenas ve a este hombre herido en su mano, se conmueve, como siempre le sucede cuando se encuentra con los enfermos y los débiles. Los fariseos, en cambio, que no están interesados en absoluto en la minusvalía de aquel hombre, han intuido sin embargo que algo va a suceder. Jesús nunca permanece impasible ante al dolor de las personas. Sabe bien que debe cumplir la voluntad del Padre y se dirige a aquel hombre y le ordena: "Extiende la mano". Aquel hombre obedece la palabra de Jesús, extiende su mano y es curado. La obediencia al Evangelio lleva siempre a la curación, nos hace recuperar lo que hemos perdido por el pecado o nuestra fragilidad. Además, Jesús ha venido para que cada hombre ya no sea esclavo del mal, sino que se convierta en partícipe del nuevo horizonte de Dios que es la plenitud de la vida. Aquel hombre se cura y puede volver a la vida normal. La curación no se produce para permanecer prisioneros de nosotros mismos, este es el sentido de la mano paralizada, sino para ponerse al servicio de los demás, del bien común de todos. La mano se cura, precisamente, "para echar una mano" -como se suele decir- a los necesitados. Por ello Jesús no viola el sábado, como le acusan los fariseos. Con esta curación, el verdadero "sábado" (es decir, el día de Dios) irrumpe en la vida de los hombres: la creación llega a su cumplimiento en aquel hombre. Cada vez que la misericordia y la salvación de Dios tocan la vida de los hombres, se cumple el "sábado" de Dios, la fiesta del amor y de la plenitud de la vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.