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Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las Iglesias de la Comunión anglicana. Leer más

Libretto DEL GIORNO
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Jueves 21 de enero

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las Iglesias de la Comunión anglicana.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 3,7-12

Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Las multitudes sabían bien que encontraban en Jesús a un hombre bueno y compasivo que nunca les rechazaría. Es obvio que la disponibilidad de Jesús no significaba renunciar a desempeñar su ministerio. Al contrario, Jesús quería ayudar a la gente a ser feliz, alegre y, por esta razón, les invitaba a cambiar sus corazones. No era un adulador y mucho menos un cómplice de sus instintos para tener su aprobación. Decide subir a una barca para alejarse un poco de la orilla, para poder ver a todos y hablarles del Evangelio. Así comienza a hablar a esa muchedumbre. Es una escena que golpea por su fuerza. Aquella barca se convierte en un nuevo púlpito para Jesús. ¿Cómo no ver en ella la imagen de la Iglesia? Quizás debemos preguntarnos seriamente: ¿dónde pueden las muchedumbres de hoy, que son mucho más numerosas que entonces, "tocar" a Jesús? ¿Dónde pueden llevar el equipaje de su dolor y sus esperanzas para ser sanados y consolados? ¿No deberían ser nuestras comunidades cristianas de hoy como esa barca donde aquellas multitudes pueden acercarse y recibir el evangelio del amor? Las muchedumbres de hoy necesitan una Iglesia que se haga cercana, amorosa, buena y compasiva. En un mundo en el que parecen crecer las barreras que dividen a los pobres y los enfermos de los que están bien, ya sean individuos o naciones, la Iglesia está llamada a mostrar aún más la misericordia y la acogida por los pobres y los débiles. Las barreras -a veces hechas de ladrillos y a menudo de prejuicios- están inspiradas en esos "espíritus inmundos" de los que habla el evangelista, que quieren impedir que la palabra de Jesús llegue al corazón de quienes la escuchan. El Evangelio nos muestra que el poder de Jesús es mucho más fuerte que el de esos espíritus. El Señor da a sus discípulos este mismo poder para que puedan continuar su misión de salvación en todas partes.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.