ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Pascua
Palabra de dios todos los dias

Oración del tiempo de Pascua

Recuerdo de Tijón, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, muerto en 1925, y con él de todos los confesores y mártires de la Iglesia ortodoxa rusa durante el régimen comunista. Recuerdo del genocidio de 1994 en Ruanda. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Pascua
Miércoles 7 de abril

Recuerdo de Tijón, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, muerto en 1925, y con él de todos los confesores y mártires de la Iglesia ortodoxa rusa durante el régimen comunista. Recuerdo del genocidio de 1994 en Ruanda.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 24,13-35

Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. El les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» El les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.» El les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con la narración de Emaús se nos invita a permanecer en el misterio de la Pascua, para revivirlo y comunicarlo para que guíe este mundo nuestro hacia una vida resucitada. Aquel viaje de los dos discípulos continúa con nosotros. Su tristeza puede ser también la nuestra al ver todavía hoy a tantos hombres y mujeres aplastados por la violencia y los conflictos. Siguen siendo demasiados los "crucificados" de la tierra. También nosotros podemos ceder a la desesperación y a la resignación de que nada puede cambiar, y regresar así a nuestros "pueblos", a ocuparnos de nuestros asuntos, satisfechos de nuestras costumbres, dejando de soñar con un mundo nuevo. Por desgracia no faltan motivos para resignarse: han pasado ya tres días, muchos años, y nada parece cambiar en este mundo nuestro. ¿Dónde está la fuerza de cambio del Evangelio? ¿Dónde está la victoria de la vida sobre la muerte? ¿Cómo es posible alejar del mundo tanto odio y tanto mal? A veces pueden parecer preguntas normales, incluso realistas. Pero he aquí que la Pascua vuelve un año más y nos alcanza por el camino, como sucedió con los dos discípulos de Emaús. Se trata de ponernos de nuevo a escuchar, de volver a familiarizarnos con las Escrituras y comprender su fuerza. Es el encuentro cotidiano con la Palabra de Dios, que es verdaderamente "extranjera", en el sentido de que es distinta de nuestro corazón y de nuestros pensamientos, y camina junto a nosotros para iluminar nuestra mente con el sueño de Dios y para infundir en nuestro corazón el calor de la pasión de Jesús resucitado. Surge entonces de forma espontánea una oración sencilla: "Quédate con nosotros". El extranjero, que hasta entonces había hablado, ahora escucha la oración de los dos. Jesús escuchó y entró en su casa para cenar con ellos, y mientras partía el pan sus ojos se abrieron y lo reconocieron. Solo Jesús sabía hablar de aquel modo, partir el pan de aquel modo. Los dos le reconocieron. Jesús ya no estaba en la tumba, sino que estaba vivo y les acompañaba a lo largo del camino.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.