ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 15 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,31-36

El que viene de arriba
está por encima de todos:
el que es de la tierra,
es de la tierra y habla de la tierra.
El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído,
y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio
certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios,
porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo
y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna;
el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida,
sino que la cólera de Dios permanece sobre él.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, bajado del cielo para estar con nosotros, es la verdadera esperanza para el mundo. Ha sido enviado por Dios para comunicarnos la vida divina, la misma que él vive de modo único con el Padre del cielo: él "da testimonio de lo que ha visto y oído", escribe el evangelista. Es el sentido mismo de la misión de Jesús en el mundo: revelar el misterio mismo de Dios, que nos ama de una manera inimaginable. Sin su palabra el misterio del amor habría permanecido impenetrable. Jesús es quien revela al Padre; esta misión resume toda su vida. Jesús no ha venido para afirmarse a sí mismo ni para realizar proyectos personales, como en general nos sucede a cada uno de nosotros. Ha bajado del cielo para comunicar a los hombres "las palabras de Dios" y para dar el Espíritu que libera y que guía. Este es el misterio escondido durante siglos que Jesús ha venido a revelarnos, y que las Sagradas Escrituras conservan y comunican. De aquí proceden el amor y la devoción que debemos tener por ellas: contienen "la Palabra de Dios". Cada día estamos llamados a escucharlas y a meditarlas hasta hacerlas nuestras. La Biblia no un libro cualquiera, sino el cofre que custodia los pensamientos mismos de Dios, el Verbo que se ha hecho carne. Por ello la "página sagrada", como la llamaban los Padres, debe ser abierta y saboreada cotidianamente, dejándonos guiar por el "Espíritu" que se nos ha dado "sin medida" precisamente para esto. Las palabras de las Sagradas Escrituras, más allá de su significado literal, ofrecen -si se leen con la ayuda del Espíritu- una luz que permite leer en profundidad la historia que vivimos. Gregorio Magno decía que "la Escritura crece con quien la lee". Esto significa que ilumina nuestros pasos por los caminos del mundo para que podamos ser instrumentos en las manos de Dios para apresurar la llegada del reino de los cielos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.