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Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

IV de Pascua
Recuerdo de san Marcos: compartió con Bernabé y Pablo, y luego con Pedro, el empeño por dar testimonio del Evangelio y predicarlo. Es el autor del primer evangelio escrito
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 25 de abril

IV de Pascua
Recuerdo de san Marcos: compartió con Bernabé y Pablo, y luego con Pedro, el empeño por dar testimonio del Evangelio y predicarlo. Es el autor del primer evangelio escrito


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 4,8-12

Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos, puesto que con motivo de la obra realizada en un enfermo somos hoy interrogados por quién ha sido éste curado, sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre y no por ningún otro se presenta éste aquí sano delante de vosotros. El es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.»

Salmo responsorial

Salmo 117 (118)

¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

¡Diga la casa de Israel:
que es eterno su amor!

¡Diga la casa de Aarón:
que es eterno su amor!

¡Digan los que temen a Yahveh:
que es eterno su amor!

En mi angustia hacia Yahveh grité,
él me respondió y me dio respiro;

Yahveh está por mí, no tengo miedo,
¿qué puede hacerme el hombre?

Yahveh está por mí, entre los que me ayudan,
y yo desafío a los que me odian.

Mejor es refugiarse en Yahveh
que confiar en hombre;

mejor es refugiarse en Yahveh
que confiar en magnates.

Me rodeaban todos los gentiles:
en el nombre de Yahveh los cercené;

me rodeaban, me asediaban:
en el nombre de Yahveh los cercené.

Me rodeaban como avispas,
llameaban como fuego de zarzas:
en el nombre de Yahveh los cercené.

Se me empujó, se me empujó para abatirme,
pero Yahveh vino en mi ayuda;

mi fuerza y mi cántico es Yahveh,
él ha sido para mí la salvación.

"Clamor de júbilo y salvación,
en las tiendas de los justos:
""¡La diestra de Yahveh hace proezas, "

"excelsa la diestra de Yahveh,
la diestra de Yahveh hace proezas!"""

No, no he de morir, que viviré,
y contaré las obras de Yahveh;

me castigó, me castigó Yahveh,
pero a la muerte no me entregó.

¡Abridme las puertas de justicia,
entraré por ellas, daré gracias a Yahveh!

Aquí está la puerta de Yahveh,
por ella entran los justos.

Gracias te doy, porque me has respondido,
y has sido para mí la salvación.

La piedra que los constructores desecharon
en piedra angular se ha convertido;

esta ha sido la obra de Yahveh,
una maravilla a nuestros ojos.

¡Este es el día que Yahveh ha hecho,
exultemos y gocémonos en él!

¡Ah, Yahveh, da la salvación!
¡Ah, Yahveh, da el éxito!

¡Bendito el que viene en el nombre de Yahveh!
Desde la Casa de Yahveh os bendecimos.

Yahveh es Dios, él nos ilumina.
¡Cerrad la procesión, ramos en mano,
hasta los cuernos del altar!

Tú eres mi Dios, yo te doy gracias,
Dios mío, yo te exalto.

¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

Segunda Lectura

Primera Juan 3,1-2

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos!.
El mundo no nos conoce
porque no le conoció a él. Queridos,
ahora somos hijos de Dios
y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste,
seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 10,11-18

Yo soy el buen pastor.
El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor,
a quien no pertenecen las ovejas,
ve venir al lobo,
abandona las ovejas y huye,
y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado
y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor;
y conozco mis ovejas
y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre
y yo conozco a mi Padre
y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas,
que no son de este redil;
también a ésas las tengo que conducir
y escucharán mi voz;
y habrá un solo rebaño,
un solo pastor. Por eso me ama el Padre,
porque doy mi vida,
para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita;
yo la doy voluntariamente.
Tengo poder para darla
y poder para recobrarla de nuevo;
esa es la orden que he recibido de mi Padre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

El Evangelio relata la segunda parte del apasionado discurso con el que Jesús se presenta como el "buen pastor". Usa la imagen de la puerta por donde entran las ovejas que recoge, guía y defiende incluso a costa de su vida. Y aclara: "El asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas". Es la diferencia entre el pastor y el asalariado, entre quien ama a Dios y al prójimo y quien se ama a sí mismo. La distancia la ilustra Jesús con el ejemplo del asalariado, que cuando ve venir al lobo huye y abandona a las ovejas. En efecto, se establece siempre una complicidad entre la fuga del asalariado y la obra destructiva del lobo, entre el abandono o la indiferencia del asalariado y la violencia perversa del mal. "Yo soy el buen pastor... y doy mi vida por las ovejas." Todo el Evangelio está encaminado a mostrar este vínculo entre las muchedumbres extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor, y Jesús que se conmueve por ellas. Un amor que lo empujaba a salir de sí mismo, e incluso "de los suyos", que a menudo querían obligarlo a permanecer en su recinto habitual. Jesús dice: "¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra?" (Lc 15,4). Jesús empuja a salir hacia los débiles, a ir hasta el límite más bajo, a las periferias más extremas o, con la tradición ortodoxa, bajar hasta "los infiernos" de este mundo para salvar a quien está necesitado de ayuda.
El Señor resucitado nos hace participar en su viaje de descenso, para hacernos pastores, custodios de nuestros hermanos, especialmente de los débiles.
En un tiempo lleno de lobos que roban y destruyen, y de asalariados -entre ellos los falsos profetas que engañan a tantas personas en el mundo-, junto a la gran masa de indiferentes, el Señor nos pide una nueva pasión: ser con él "pastores" de las multitudes de nuestro tiempo. No pongamos frenos ni excusas, diciendo tal vez que solo somos "ovejas". El Evangelio nos dice que el pastor es una oveja que ha aprendido a amar, que ha empezado a tener los mismos sentimientos de Jesús, su mismo amor. Por eso Jesús dice a sus discípulos: "Os envío como corderos en medio de lobos". Y los corderos son ovejas enternecidas, que han ensanchado su corazón, que ven más allá de sus propias costumbres, sus propias cerrazones, y que junto a Jesús dicen: "También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.