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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Pancracio (†304), mártir a los 14 años por amor al Evangelio. Oración por las jóvenes generaciones, para que descubran el Evangelio y al Señor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 12 de mayo

Recuerdo de san Pancracio (†304), mártir a los 14 años por amor al Evangelio. Oración por las jóvenes generaciones, para que descubran el Evangelio y al Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 16,12-15

Mucho tengo todavía que deciros,
pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él,
el Espíritu de la verdad,
os guiará hasta la verdad completa;
pues no hablará por su cuenta,
sino que hablará lo que oiga,
y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria,
porque recibirá de lo mío
y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío.
Por eso he dicho:
Recibirá de lo mío
y os lo anunciará a vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello." No hay reproche en estas palabras. Jesús considera que los discípulos siguen siendo incapaces de llevar toda la carga del Evangelio. Por supuesto, el Evangelio no requiere personas sabias o inteligentes, ni Jesús va en busca de poderosos y fuertes a quienes confiar su misión, más bien parece hacer lo contrario. En efecto, su palabra no es una doctrina alta ni una ideología compleja que solo unos pocos son capaces de comprender y profundizar. De su enseñanza brota una energía simple y fuerte que llena el corazón de quien la acoge, y le transforma la vida. Y todos pueden acoger y vivir el Evangelio. Es una palabra fuerte, llena de energía, sobreabundante de misericordia. A los discípulos se les pide solamente que la dejen actuar, que no la repriman ni pongan obstáculos a su acción. Jesús dice que el Espíritu Santo os "guiará hasta la verdad completa". Será el propio Espíritu quien nos haga descubrir los límites y las banalidades de nuestras perspectivas restringidas. El Espíritu nos libera de las mezquindades, de la cerrazón, de la avaricia. Si nos dejamos guiar por el Espíritu descubriremos las cosas futuras, en el sentido de que sabremos soñar con un mañana diferente para el mundo. El Espíritu es fuente de vida y de inspiración, y ayuda a los discípulos a ser artífices del futuro común a todos los pueblos que Jesús ha venido a inaugurar sobre la tierra. El padre Alexander Men, sacerdote asesinado en Moscú a principios de los años noventa del pasado siglo, decía que todavía estamos al comienzo de la comprensión del Evangelio, que todavía debemos comprender muchas palabras en toda su profundidad. Y Juan XXIII, años antes, ya cerca de su muerte decía: "No es el Evangelio el que cambia, somos nosotros quienes lo comprendemos mejor". Esta es la obra del Espíritu, hoy y a lo largo de las generaciones.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.