ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias

Oración de la Vigilia

Recuerdo de san Romualdo (†1027), anacoreta y padre de los monjes camaldulenses. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 19 de junio

Recuerdo de san Romualdo (†1027), anacoreta y padre de los monjes camaldulenses.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 6,24-34

Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero. «Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"No podéis servir a Dios y al Dinero", dice Jesús a sus discípulos. Jesús da un trato de persona a la riqueza, porque es un auténtico dictador aunque no tenga rostro ni, aún menos, alma. La dictadura de la "riqueza" es implacable: roba el alma a quien le confía su vida. Es fuente de conflictos, desórdenes, odios y guerras, incluidas las guerras que aún hoy siembran de amargura y de tristeza la vida de muchos pueblos. El Señor, en cambio, es "amor" y pide una respuesta libre por nuestra parte: Dios no quiere súbditos, sino amigos. Jesús sabe que si nos unimos a Dios creceremos en amor, en justicia y en el compromiso de luchar por la libertad y el progreso de todos, empezando por los más pobres. Por eso no es posible servir al mismo tiempo a Dios y a la riqueza, al Evangelio y al dinero. El corazón no se puede dividir. Jesús es el primero que vive la pretensión de un amor exclusivo. En el Primer Testamento el Señor se presenta en varias ocasiones como un "Dios celoso"; celoso no solo en su beneficio sino también en el nuestro. Así pues, confiar en Dios significa ser libre de la esclavitud de las cosas del mundo, sabiendo que él no dejará que nos falte nunca nada. A menudo la preocupación por las cosas de nuestra vida nos impide ser generosos en la comunicación del Evangelio. Jesús nos lo recuerda: "No andéis preocupados por vuestra vida, pensando qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, discurriendo con qué os vestiréis... Vuestro Padre celestial ya sabe que tenéis necesidad de todo eso". El Señor es un Padre bueno que se ocupa de sus hijos y responde a sus necesidades. Y si hay mucha gente que no tiene qué comer ni con qué vestirse es porque otros no buscan el reino de Dios y su justicia, sino únicamente su beneficio. Y se apropian de lo que debe ser para todos. Dios no abandona a nadie. Cuando Adán y Eva salieron del jardín terrenal Dios les hizo un vestido para que no sintieran el frío de la historia. La verdadera preocupación de los discípulos, dice Jesús, debe ser la del Reino, es decir, comunicar el Evangelio a todos los pueblos, construir la Iglesia en el mundo y servir a los pobres. Esta es la "justicia" que debe buscar el discípulo. El Señor está a nuestro lado, nos sostiene y nos protege para que el Evangelio sea anunciado y los hombres encuentren la salvación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.