ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 22 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 7,6.12-14

«No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen. «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. «Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje evangélico continúa el discurso de la montaña con las siguientes palabras de Jesús a los discípulos: "No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos". La imagen remite al culto antiguo que preveía ofrecer a Dios la carne de las víctimas y el fruto de la tierra, como prescribe el Levítico (22,1-14). No hay que dar la carne a los perros, porque la pisotean, ni hay que echar las perlas a los puercos, porque las rechazan. Esta frase no atañe a las personas que no estén dispuestas a recibir el Evangelio. Jesús nos invita a no tomar el Evangelio a la ligera y a tenerlo en gran consideración para nuestra vida y para la vida de los demás. No debemos malgastar las palabras del Evangelio ni tenemos que echar al viento las de la predicación. El Evangelio es un tesoro muy valioso que debemos tener en cuenta y no debemos rechazar. Eso es lo que hacemos cada vez que solo nos miramos a nosotros mismos y dejamos pasar la predicación. El evangelista reproduce otro dicho de Jesús: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos". Esa es la manera de aplicar toda la Ley y los Profetas. Es la denominada "regla de oro", presente en casi todas las grandes religiones. Contiene aquella sabiduría que proviene de las alturas y que ha sido puesta en el corazón de todo hombre. Mateo la formula en afirmativo para destacar que no es suficiente abstenerse del mal, sino que es necesario hacer el bien. Y si la inscribimos en la vida de Jesús, adquiere un sabor único: aquel amor por los demás que no tiene límites ni pide nada a cambio porque es totalmente gratuito. El Evangelio es la puerta estrecha que lleva a la salvación. Podríamos decir "estrecha" porque es un pequeño libro, parecido a una pequeña puerta. Pero es la puerta que abre al reino de Dios. Por el contrario, es bien ancha la puerta del egoísmo, de la soberbia, del odio y de la violencia: todos llevan a la "perdición", dice Jesús. Confiemos en el Evangelio y su luz nos guiará al reino de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.