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Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 27 de junio

XIII del tiempo ordinario


Primera Lectura

Sabiduría 1,13-15; 2,23-24

que no fue Dios quien hizo la muerte
ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera,
las criaturas del mundo non saludables,
no hay en ellas veneno de muerte
ni imperio del Hades sobre la tierra, porque la justicia es inmortal. Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad,
le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo,
y la experimentan los que le pertenecen.

Salmo responsorial

Salmo 29 (30)

Yo te ensalzo, Yahveh, porque me has levantado;
no dejaste reírse de mí a mis enemigos.

Yahveh, Dios mío, clamé a ti y me sanaste.

Tú has sacado, Yahveh, mi alma del seol,
me has recobrado de entre los que bajan a la fosa.

Salmodiad a Yahveh los que le amáis,
alabad su memoria sagrada.

De un instante es su cólera, de toda una vida su favor;
por la tarde visita de lágrimas, por la mañana gritos
de alborozo.

"Y yo en mi paz decía:
""Jamás vacilaré."" "

Yahveh, tu favor me afianzaba sobre fuertes montañas;
mas retiras tu rostro y ya estoy conturbado.

A ti clamo, Yahveh,
a mi Dios piedad imploro:

¿Qué ganancia en mi sangre, en que baje a la fosa?
¿Puede alabarte el polvo, anunciar tu verdad?

¡Escucha, Yahveh, y ten piedad de mí!
¡Sé tú, Yahveh, mi auxilio!

Has trocado mi lamento en una danza,
me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría;

mi corazón por eso te salmodiará sin tregua;
Yahveh, Dios mío, te alabaré por siempre.

Segunda Lectura

Segunda Corintios 8,7.9.13-15

Y del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad. Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza. No que paséis apuros para que otros tengan abundancia, sino con igualdad. Al presente, vuestra abundancia remedia su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar también vuestra necesidad y reine la igualdad, como dice la Escritura: El que mucho recogió, no tuvo de más; y el que poco, no tuvo de menos.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 5,21-43

Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva.» Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré.» Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?» Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"» Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad. El le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad.» Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe.» Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.» Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: « Talitá kum », que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate.» La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

La escena que Marcos nos presenta es bastante común en la vida pública de Jesús: una muchedumbre de necesitados se agolpa a su alrededor buscando curación y consuelo. Incluso uno de los líderes de la sinagoga de Cafarnaún, abriéndose paso entre la gente, se le acerca y le implora: "Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva". Ante a la impotencia de los hombres, ve la única esperanza en Jesús. Si aquel hombre, que es uno de los poderosos de Cafarnaún, se despoja del orgullo, de la arrogancia y de la seguridad de la dignidad social y no se avergüenza de pedir ayuda, ¿no deberíamos hacerlo nosotros con más motivo? Sus palabras no son un largo discurso sino una oración simple y al mismo tiempo dramática. Jesús no deja que pase ni un momento y "se fue con él".
Durante el trayecto se produce el singular episodio de la curación de la hemorroísa. Una mujer, que lleva doce años sufriendo hemorragias sin que los médicos puedan hacer nada para curarla, está desesperada. Su enfermedad la hace impura y por eso se acerca por detrás a Jesús para tocar sus vestidos. Su gesto oculta la petición de curación que hay en la vida de muchos hombres y mujeres. Jesús advierte que una fuerza ha salido de él y pregunta a los discípulos quién le ha tocado. Jesús se vuelve y busca aquella necesidad, porque el amor que cura nunca es anónimo ni institucional. Hay que mirar a los demás, oírles, hablarles. Aquella mujer contesta a la mirada de Jesús y se echa a sus pies. Y Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha salvado". La fe de aquella mujer -es decir su confianza en él- cura.
Sucede lo mismo en la curación de la hija del jefe de la sinagoga. Cuando se difunde la noticia de la muerte de la joven, todos pierden la esperanza y aconsejan no molestar al maestro de Nazaret. Quizás también Jairo está a punto de resignarse. Pero Jesús le dice a aquel hombre desesperado: "No temas; basta con que tengas fe". Al llegar a la casa de Jairo, Jesús ve el llanto y los gritos de la gente y les dice que se tranquilicen porque "la niña no ha muerto; está dormida". En el lenguaje bíblico la muerte se entiende como una dormición en espera del despertar; los muertos yacen como en sueño y esperan la voz del mismo Señor que les despierte. Así está Jesús ante la niña. La misericordia de Dios es más fuerte que la muerte. Y sobre esa misericordia edificamos nuestra vida, como el hombre sabio que construye su casa sobre la roca.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.