ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 27 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 13,36-43

Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.» El respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al volver a casa, los discípulos le piden a Jesús que les explique la parábola de la cizaña. Hay momentos de intimidad entre Jesús y los discípulos en los que es más fácil pedir y sincerarse. Podemos comparar estos momentos a los que toda comunidad vive cuando se reúne en la oración común. Jesús está presente allí donde se reúnen dos o tres en su nombre. Escuchar en común la Palabra de Dios tiene un valor y una gracia particulares, que provienen de su presencia real. Es aquella relación de amistad que destaca sobre todo Juan cuando, por ejemplo, Jesús dice a los discípulos: "No os llamo ya siervos... porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15). La amistad con Jesús permite entrar de manera profunda en el sentido del Evangelio. Él mismo explica a los discípulos que la semilla buena y la cizaña crecen juntas. La historia de los hombres es una. Dios vino para dirigirla hacia el Reino. La cizaña, el mal, está presente en el mundo y en el corazón de los creyentes, así como en la misma comunidad de discípulos. El bien y el mal viven en todos los pueblos, en todas las culturas, en todas las comunidades, en todos los corazones. Y mientras que a lo largo de la historia -la que estamos viviendo nosotros- hay el momento de la paciencia, cuando llegue el fin de la historia habrá la siega, el tiempo del juicio y de la separación. En el corazón del Señor siempre hay esperanza de que la cizaña se pueda transformar el trigo, y todos somos responsables de eso. Y es necesario que los creyentes trabajen para transformar la cizaña que tienen a su alrededor. Podrán hacerlo si al mismo tiempo transforman la cizaña que hay en ellos, en cada uno de nosotros. Entonces, al final de la historia, junto a todos los justos podremos brillar como el sol en su reino.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.