ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias

Oración con los santos

Fiesta de san Egidio, monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia de Roma dedicada al santo. Se recuerda hoy también el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico. Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 1 de septiembre

Fiesta de san Egidio, monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia de Roma dedicada al santo. Se recuerda hoy también el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico. Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 4,38-44

Saliendo de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado.» E iba predicando por las sinagogas de Judea.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy recordamos a san Egidio, un monje que se fue de Grecia y se estableció en el sur de Francia. La tradición lo sitúa en el siglo IX, cuando la Iglesia todavía no estaba dividida y los intercambios entre Oriente y Occidente eran frecuentes. Esa es una señal que hoy -día en el que la Iglesia ortodoxa empieza su año litúrgico- queremos aprovechar para orar por la unidad de la Iglesia. El santo monje Egidio nos recuerda la primacía de Dios que debe brillar en la vida de todos los discípulos. Él la vivió y no se quedó solo. Se convirtió en padre de una comunidad de hijos y en defensor de los débiles, como recuerda su mano, en la que se ve clavada la flecha con la que el rey quería matar a una cierva. El lugar de su muerte, en el camino de Santiago, hizo que su recuerdo se difundiera por todos los rincones de Europa. Y su nombre ha sido invocado durante siglos para la curación del mal, de muchos tipos de males. La Comunidad de Sant'Egidio, que custodia la pequeña iglesia dedicada al santo situada en el centro del barrio romano de Trastevere, le debe el nombre. En 1973 fue la primera casa de la Comunidad y aún hoy es su corazón. La página evangélica que hemos escuchado nos presenta el inicio de la vida pública de Jesús, que estuvo llena de curaciones. Aquella casa de Cafarnaún es el modelo para todas las comunidades. Jesús se queda en casa hasta el final del día, y luego ve que todos los que tienen enfermos los llevan delante de la puerta de aquella casa. La casa de Pedro, que se ha convertido ya en la casa de Jesús, es un lugar al que todos acuden. Saben que allí son acogidos. Es la vocación de la Iglesia y de toda comunidad cristiana. Es la experiencia que la Comunidad de Sant'Egidio vive desde que empezó. Ser una puerta a la que llamar y recibir consuelo. Así es el inicio de la vida pública de Jesús. Y el evangelista habla de un aspecto que muestra la fuente de donde surgen las curaciones: la oración de Jesús. Lucas escribe que Jesús "al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario" para rezar. De ahí provenía su fuerza. Es una gran enseñanza para todas las comunidades cristianas y para cada uno de nosotros. Dirigir nuestra oración al Señor significa recibir de Dios la fuerza del amor que transforma y cura. Jesús nos libra de la pereza de nuestras costumbres y nos lleva con él a comunicar el Evangelio por todo el mundo y a curar todas las enfermedades y dolencias.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.