ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 12 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 11,37-41

Mientras hablaba, un fariseo le rogó que fuera a comer con él; entrando, pues, se puso a la mesa. Pero el fariseo se quedó admirado viendo que había omitido las abluciones antes de comer. Pero el Señor le dijo: «¡Bien! Vosotros, los fariseos, purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad. ¡Insensatos! el que hizo el exterior, ¿no hizo también el interior? Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje evangélico nos presenta a un fariseo que invita a Jesús a comer a su casa. Para Jesús estas comidas son una valiosa ocasión para enseñar el valor de ser acogedor y hospitalario: parecen sugerir la imagen del Reino, donde lo importante es la abundancia de la acogida y la alegría de la comunión, y no observar ciertas prácticas rituales. Sin que el fariseo abriera boca, Jesús se percató de sus malas intenciones. Y le contestó antes de que hablara. No rebatió la cuestión ritual que preocupaba al fariseo. Trasladó su respuesta a otro plano: el del corazón. Y sus palabras son especialmente duras. Jesús le dice al fariseo que en la vida lo importante no es la apariencia, aunque sea correcta, sino ser un hombre y una mujer con el corazón misericordioso. Debemos admitir que en nuestra sociedad, donde se da más importancia a la apariencia que al ser y a la misericordia, esta breve página evangélica nos hace reconsiderar cuál es el centro de la vida. En el corazón, en el interior es donde se decide la vida del hombre, su felicidad y su salvación. Si el corazón está lleno de maldad, los actos serán en consecuencia. No vale para nada multiplicar gestos y acciones si el corazón está lleno de "rapiña y maldad". Más bien, dice Jesús, hay que dar "en limosna lo que tenéis", es decir, dar el amor que hay en nuestro corazón. La verdadera pureza es el amor que cada creyente recibe de Dios, no la multiplicidad de los ritos que practica. Toda la tradición bíblica, que alcanza su exaltación en el Evangelio, anima a los cristianos a dar limosna, no porque "resuelva" el problema social sino porque es el primer paso del amor: la limosna obliga a apartar la mirada de uno mismo, dirigirla hacia los necesitados y darles algo, aunque sea poco. ¡Ay de nosotros si impedimos este primer paso del corazón que va más allá de nosotros mismos, pues nos quedaremos encerrados en nuestro egoísmo!

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.