ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 13 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 11,42-46

Pero, ¡ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios! Esto es lo que había que practicar aunque sin omitir aquello. ¡Ay de vosotros, los fariseos, que amáis el primer asiento en las sinagogas y que se os salude en las plazas! ¡Ay de vosotros, pues sois como los sepulcros que no se ven, sobre los que andan los hombres sin saberlo!» Uno de los legistas le respondió: «¡Maestro, diciendo estas cosas, también nos injurias a nosotros!» Pero él dijo: «¡Ay también de vosotros, los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Un legista, al oír las duras palabras de Jesús contra el ritualismo farisaico, le rebate diciendo que de aquel modo le ofende también a él y a su grupo. Es la reacción de quienes no sienten necesidad alguna de cambiar, de comprender más profundamente lo que pide la predicación de Jesús. Se contentan con la letra y las prácticas exteriores sin comprender la sustancia y el espíritu de la alianza que sellaron Dios e Israel. Más adelante el apóstol Pablo escribirá a los Corintios: "La letra mata, mas el Espíritu da vida" (2 Co 3,6). La Palabra de Dios -escribe el autor de la carta a los Hebreos- es como una espada de doble filo que penetra hasta la médula y no deja indiferente, no bendice los comportamientos humanos sin modificarlos, no entra en el corazón sin cortar lo que lo entumece o, peor aún, lo que provoca su ruina. La Palabra es una fuerza saludable y buena que cambia el corazón. Jesús desenmascara el pecado de los fariseos y de los escribas: mientras que la gente les profesa respeto porque buscan en ellos una guía, una orientación, en realidad su comportamiento es falso y engañoso. De ahí la severidad del juicio que hace Jesús. La gente confía, busca una orientación, pide ayuda a los que se presentan como guías, y estos, en cambio, descuidan lo esencial, es decir "la justicia y el amor a Dios". Sí, pagan sus cuotas al templo, se dejan embelesar por los honores en las sinagogas, pero en realidad son como "sepulcros", es decir, hombres vacíos e interiormente muertos. Colocan, con su fría severidad, grandes pesos sobre la espalda de los demás pero ellos ni quieren ni saben soportarlos. Jesús estigmatiza duramente esta falsedad, esta doble moral mentirosa. Los tres "ay de vosotros" dirigidos a los fariseos son una advertencia para todos, también para nosotros, cuando nos erigimos en jueces sin misericordia, en pequeños señores sin escrúpulos y sin dudas, que se aprovechan de la buena fe de aquellos que buscan hermanos y hermanas mayores en los que confiar para crecer en su vida espiritual. La misericordia es la medida sin límites que el Señor pide a todos sus discípulos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.