ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 19 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 12,35-38

«Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús contrapone el rico necio sorprendido por la muerte con el discípulo que espera a su Señor. La vigilancia es una de las dimensiones espirituales fundamentales de la vida cristiana. A aquel que solo se mira a sí mismo y se duerme en la seguridad de su recinto, se le pide que levante la mirada y que permanezca esperando el retorno del Señor. Dice Jesús: "Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas". Tener ceñida la cintura, en el lenguaje corriente de entonces, significaba utilizar un cinturón para sostener la túnica o el manto, que eran demasiado largos para responder a una acción imprevista que requiriese agilidad y rapidez. Aflojar el cinturón, por el contrario, significaba relajarse y reposar. Los judíos se ciñeron la cintura para estar preparados la noche antes de la huida de Egipto (Ex 12,11). La lámpara encendida tenía el mismo significado: estar listo para actuar incluso por la noche. Jesús pide a los discípulos que estén listos del modo apenas descrito, sabiendo que esperar el encuentro con el Señor es la bienaventuranza del discípulo, su máxima aspiración. El evangelista hace suponer el horizonte escatológico en estas afirmaciones de Jesús. Pero en la vida cristiana también es cierto que el Señor cada día viene a la puerta de nuestro corazón y llama, como escribe el Apocalipsis (3,20). Y dichoso del que le abra, porque tendrá la recompensa de encontrarse con Jesús, y no solo lo verá sino que el Señor se convertirá en su siervo, se ceñirá la cintura, lo invitará a sentarse y pasará él mismo a servirle. Es como si se hubieran invertido los papeles. Parecen totalmente imprevisibles, pero esa es precisamente la paradoja de la gracia que recibimos: Jesús mismo se presenta como el que sirve. Durante la última cena se comportó literalmente como un siervo: tras tomar un lebrillo se ciñó con una toalla y se inclinó para lavar los pies de los discípulos, uno por uno, incluido Judas. Comprendemos mejor el sentido de la bienaventuranza que Jesús pronuncia en esta página evangélica: encontrar al Señor y gozar del inmerecido amor de ser servidos por Él.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.