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Oración de la Santa Cruz
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Oración de la Santa Cruz

Recuerdo de san Juan Pablo II, que murió en 2005. Recuerdo de María Salomé, madre de Santiago y de Juan, que siguió al Señor hasta los pies de la cruz y lo colocó en el sepulcro. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 22 de octubre

Recuerdo de san Juan Pablo II, que murió en 2005. Recuerdo de María Salomé, madre de Santiago y de Juan, que siguió al Señor hasta los pies de la cruz y lo colocó en el sepulcro.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 12,54-59

Decía también a la gente: «Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: "Va a llover", y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: "Viene bochorno", y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

¿Por qué muchas veces no vemos los "signos del Señor" aunque los tenemos ante nuestros ojos? La respuesta es sencilla: porque estamos tan pendientes de nosotros mismos y de nuestras cosas que no somos capaces de ver nada más. En cambio, dice Jesús, somos muy hábiles cuando se trata de saber si hará frío o calor. En estos casos levantamos la mirada para ver las nubes, o bien salimos de casa para sentir el viento. Jesús nos advierte de que deberíamos levantar nuestros ojos para comprender el tiempo de la salvación. El primer gran signo es el Evangelio: es el siglo de los signos, se podría decir. "¿Cómo no analizáis este tiempo?", advierte Jesús. Es urgente comprender el mundo en el que vivimos, marcado por el drama de la pandemia y por todas sus consecuencias, que nos habla de un mundo conectado para bien y para mal. Un juicio objetivo, una verdadera inteligencia de la historia, abierta a la esperanza, es consecuencia de leer las Escrituras y escuchar la Palabra de Dios que ilumina la mente y abre el corazón para que comprendamos los signos de Dios en la historia de los hombres. Por eso uno de los teólogos más conocidos del siglo XX, Karl Barth, solía decir que el cristiano tiene en una mano la Biblia y en la otra el periódico. La Santa Escritura es luz para nuestros pasos. Como en el caso del ejemplo que explica Jesús: llega a un acuerdo con tu adversario mientras estás de camino hacia el tribunal para celebrar el juicio; de lo contrario sería demasiado tarde. La Palabra de Dios nos ayuda a descubrir los signos de la presencia de Dios, a ver que nuestra generación necesita el Evangelio del amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.