ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 23 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 21,5-11

Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.» Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?» El dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.» Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El momento oportuno para creer en el Evangelio ya ha llegado, y es el actual. No podemos dejar para otro momento la decisión de seguir a Jesús: o lo hacemos ahora o corremos el peligro aplazarla eternamente. La garantía del futuro y de la salvación no está en el magnífico edificio del templo, no está en nuestras construcciones humanas, aunque sean religiosas, sino únicamente en la plena confianza en Él, es decir, en la decisión de seguirlo: eso es la fe. Por desgracia muchas veces caemos en el malentendido de que la fe es simplemente la adhesión a unas verdades abstractas. Pero en realidad es algo más sencillo y que te implica más: creer es enamorarse de Jesús. Esta fe, llena de amor y de participación personal, es la verdadera piedra firme sobre la que construir el presente y el futuro de nuestra vida. Y también el de la sociedad en la que vivimos. De hecho, no somos una piedra aislada sino parte de un edificio que el Señor construye con nosotros ya ahora. Debemos, pues, estar atentos a los falsos profetas, a aquellos que hay fuera de nosotros (como las modas o las costumbres de este mundo) y también a aquellos que se esconden en el corazón de cada uno de nosotros (como las costumbres, el orgullo y el amor por uno mismo). Estos falsos profetas destruyen, no construyen. La única profecía que da fuerza a nuestros días es el Evangelio. Y es precisamente su fuerza, lo que impide que nos resignemos al mal, que nos resignemos a un presente sin esperanza. Por desgracia, aún hoy vemos pueblos que luchan uno contra otro, conflictos que asolan pueblos enteros llevándose por delante incontables víctimas inocentes, o actos horrorosos que infunden miedo. El Señor, ante un mundo que no sabe darse la paz, nos pide que seamos con él trabajadores de paz y testigos de la esperanza en un futuro de salvación. La fe es decidir caminar con Jesús, sabiendo que la fuerza de la resurrección doblegará al príncipe de este mundo y la fuerza del mal se someterá al poder del amor del Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.