ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias

Oración con los santos

Memoria del santo Hermano Carlos de Jesús (Charles de Foucauld), "hermano universal", asesinado en 1916 en el desierto de Argelia donde vivía en oración y fraternidad con el pueblo tuareg. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 1 de diciembre

Memoria del santo Hermano Carlos de Jesús (Charles de Foucauld), "hermano universal", asesinado en 1916 en el desierto de Argelia donde vivía en oración y fraternidad con el pueblo tuareg.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 25,6-10

Hará Yahveh Sebaot
a todos los pueblos en este monte
un convite de manjares frescos, convite de buenos
vinos:
manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos
y la cobertura que cubre a todos los gentes; consumirá a la Muerte definitivamente.
Enjugará el Señor Yahveh
las lágrimas de todos los rostros,
y quitará el oprobio de su pueblo
de sobre toda la tierra,
porque Yahveh ha hablado. Se dirá aquel día: "Ahí tenéis a nuestro Dios:
esperamos que nos salve;
éste es Yahveh en quien esperábamos;
nos regocijamos y nos alegramos
por su salvación." Porque la mano de Yahveh
reposará en este monte,
Moab será aplastado en su sitio
como se aplasta la paja en el muladar.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La salvación se presenta como un banquete preparado sobre el monte Sion para todos los pueblos. El Señor es padre de todos los pueblos y quiere que todos se salven. El tiempo de Adviento nos hace pregustar la alegría de este banquete. Desgraciadamente hoy es frecuente -también entre los cristianos- reducir la salvación al propio bienestar individual o a la propia tranquilidad o al propio grupo. Son demasiados los que todavía hoy están excluidos no solo del banquete de "manjares frescos", sino también de las migajas que caen de la mesa de los ricos, como dirá Jesús en la parábola del pobre Lázaro. Desgraciadamente, la globalización no ha significado la prolongación de la mesa para que todos puedan tomar parte en ella. Esta profecía revela el gran sueño de Dios que envía a su Hijo precisamente para realizarla. No solamente ninguno se salva solo, sino que no hay una salvación solo para algunos. La salvación es para todos. El profeta aclara: es el Señor mismo quien prepara con sus manos el banquete para los pueblos, para que ninguno quede excluido y todos puedan gustar la dulzura de la comunión con él y entre ellos. Jesús -consciente de esta tradición profética- vuelve a proponer la visión del reino de los cielos como un convite (Lc 14,15-24) al que Dios invita "a los pobres y lisiados, a ciegos y cojos". Y en el banquete del cielo son los ricos los ausentes, no porque sean excluidos sino porque lo rechazan. Y el banquete del reino, sin embargo, no llega solo al final de los tiempos. El Señor ya está manos a la obra. En este banquete se elimina desde ya el "velo" de dolor que cubre a los últimos de la tierra, a los descartados. Mientras vemos crecer la fraternidad entre los pueblos vemos retroceder la injusticia, las guerras, la violencia, y, con ellas, también la muerte. Y podremos decir junto al apóstol Pablo ya desde ahora: "¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!" (1 Co 15,55-57).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.