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Oración por la Paz
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Oración por la Paz

En la basílica de Santa María en Trastevere se reza por la paz.
Recuerdo de san Antonio abad (+356). Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 17 de enero

En la basílica de Santa María en Trastevere se reza por la paz.
Recuerdo de san Antonio abad (+356). Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 15,16-23

Pero Samuel dijo a Saúl: "Basta ya y deja que te anuncie lo que Yahveh me ha revelado esta noche." El le dijo: "Habla." Entonces Samuel dijo: "Aunque tú eres pequeño a tus propios ojos ¿no eres el jefe de las tribus de Israel? Yahveh te ha ungido rey de Israel. Yahveh te ha enviado por el camino y te ha dicho: "Vete, y consagra al anatema a estos pecadores, los amalecitas, hazles la guerra hasta el exterminio". Por qué no has escuchado a Yahveh? ¿Por qué te has lanzado sobre el botín y has hecho lo que desagrada a Yahveh?" Saúl respondió a Samuel: "¡Yo he obedecido a Yahveh! Anduve por el camino por el que me envió, he traído a Agag, rey de Amalec, y he entregado al anatema a los amalecitas. Del botín, el pueblo ha tomado el ganado mayor y menor, lo mejor del anatema, para sacrificarlo a Yahveh tu Dios en Guilgal." Pero Samuel dijo: ¿Acaso se complace Yahveh en los holocaustos y sacrificios
como en la obediencia a la palabra de Yahveh?
Mejor es obedecer que sacrificar,
mejor la docilidad que la grasa de los carneros. Como pecado de hechicería es la rebeldía,
crimen de terafim la contumacia.
Porque has rechazado la palabra de Yahveh, él te rechaza
para que no seas rey.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Samuel recuerda a Saúl el significado de la unción real: "escuchar" (en hebreo "shemá", es decir, obedecer) al Señor (v. 1). Tras este llamamiento a la escucha, Samuel ordena a Saúl que destruya a los amalecitas, sin miramientos, hasta el exterminio. La orden es difícil de entender si no se enmarca en la mentalidad de la época, en el contexto que expresa la radicalidad de la actuación de Dios. Saúl obedece y derrota a los amalecitas, pero no sigue al pie de la letra el mandamiento de la destrucción total, en parte para complacer al pueblo. El Señor reprocha la decisión de Saúl y la anula porque ha desobedecido. Saúl puede seguir desempeñando el puesto de rey, pero ya no es el rey obediente al Señor, ni tampoco el rey de Samuel. En el encuentro que se produce entre Samuel y Saúl tras la batalla, este último intenta declarar su fidelidad al Señor. Samuel, sabiendo bien lo ocurrido, le pregunta astutamente a Saúl qué son los balidos y los mugidos que oye. Saúl se defiende acusando al pueblo de aquella incursión. Es la lógica perversa de quien se defiende acusando a los demás. Una lógica que todos conocemos bien y que envenena las relaciones entre la gente y entre los pueblos. Samuel rechaza la autodefensa de Saúl y lo acusa de desobediencia, recordándole además que todo se lo debe al Señor que lo eligió y lo ungió para que escuchara solo su voz y le obedeciera solo a él. Saúl, que había decidido escuchar, lo hace solo hasta un cierto punto. El profeta le llama a la relación correcta con Dios: "¿Acaso se complace el Señor en los holocaustos y sacrificios tanto como en la obediencia a la palabra del Señor? Mejor es obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros" (v. 22). La reacción de Saúl es entonces más sincera, admite que ha "hecho caso" al pueblo y no al Señor (o a Samuel). Pero no basta. El veredicto del Señor es definitivo. Saúl reconoce una vez más su pecado e implora a Samuel que le dé permiso para lavar su imagen ante los ancianos de "mi pueblo". Samuel lo escucha, pero la religiosidad de Saúl adolece de una desobediencia tan profunda que hace que la Palabra de Dios sea ineficaz.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.