ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Oración con María, madre del Señor

Recuerdo de Nuestra Señora de Sheshan, santuario a las afueras de Shangái. Oración por los cristianos chinos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 24 de mayo

Recuerdo de Nuestra Señora de Sheshan, santuario a las afueras de Shangái. Oración por los cristianos chinos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 16,22-34

La gente se amotinó contra ellos; los pretores les hicieron arrancar los vestidos y mandaron azotarles con varas. Después de haberles dado muchos azotes, los echaron a la cárcel y mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado. Este, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó sus pies en el cepo. Hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios; los presos les escuchaban. De repente se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos cimientos de la cárcel se conmovieron. Al momento quedaron abiertas todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos. Despertó el carcelero y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó la espada e iba a matarse, creyendo que los presos habían huido. Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos aquí.» El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas, los sacó fuera y les dijo: «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?» Le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa.» Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. En aquella misma hora de la noche el carcelero los tomó consigo y les lavó las heridas; inmediatamente recibió el bautismo él y todos los suyos. Les hizo entonces subir a su casa, les preparó la mesa y se alegró con toda su familia por haber creído en Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En Filipos la predicación cristiana afronta no solo un ambiente religioso politeísta como en Listra, sino también una cultura vinculada a los modelos de vida romanos estándar. El problema surge desde el momento en que Pablo libera de un espíritu inmundo a una pobre esclava que con sus artes de vidente hacía ganar dinero a su dueño. Pablo la cura. Junto a Lidia, convertida, esta esclava es la segunda mujer que marca este comienzo del cristianismo europeo. El dueño de esta mujer, junto con sus amigos, provoca una fuerte oposición contra Pablo y Silas hasta hacer que les encarcelen, pero también esta vez el Señor libera a sus discípulos de las cadenas. A menudo en el primer cristianismo se detecta una extraña cercanía entre el Evangelio y la cárcel; y quizá por esto el evangelista Mateo reafirma la obligación para todos, no solo para los discípulos, de visitar a los encarcelados. Para los cristianos la experiencia de la cárcel fue frecuente durante los primeros siglos y en realidad nunca han faltado en la historia ejemplos de creyentes encarcelados a causa de la fe. Es por ello muy significativo que en este tiempo nuestro los cristianos se esfuercen por llevar consuelo al interior de las cárceles, especialmente en aquellas donde la vida es inhumana. Es lo que relata este pasaje de los Hechos de los Apóstoles. Pablo y Silas, mientras rezan, provocan un "terremoto" que hace temblar los muros y caer las cadenas, y sobre todo cambian el corazón del carcelero que quería suicidarse por lo que había sucedido. Pablo y Silas le ayudan a comprender lo que ha sucedido y él, vencido por el amor, les lleva fuera de la cárcel liberándoles. El carcelero les acoge y su familia entera se convierte al Evangelio. El amor de Pablo y Silas había transformado a aquel hombre y a toda su familia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.