ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 22 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Eclesiastés 1,2-11

¡Vanidad de vanidades! - dice Cohélet -, ¡vanidad de vanidades, todo vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír. Lo que fue, eso será;
lo que se hizo, ese se hará.
Nada nuevo hay bajo el sol. Si algo hay de que se diga: "Mira, eso sí que es nuevo", aun eso ya sucedía en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cohélet, seudónimo tras el que se oculta el autor de estas "palabras", se podría traducir como "predicador". Dicho término alude a la asamblea (qahal), quizás a una asamblea religiosa o a un grupo de discípulos o, más genéricamente, al "pueblo" (cfr. 12,9). El inicio del pasaje presenta la frase más célebre de este libro de la Biblia: "Todo es vanidad". El término hebreo vanidad (hebel) significa "soplo de viento". Es una metáfora de toda la vida, de toda la realidad, incluso, que es, precisamente "como" un soplo de viento. El autor percibe la provisionalidad, la inestabilidad, la pequeñez, la vanidad que existen en la vida humana y le dan forma. Estas palabras cobran mayor fuerza si pensamos en lo que ha ocurrido con la pandemia que ha hecho tambalear los cimientos en los que se asentaba la idea de una vida firme y segura gracias a los avances de la técnica y la economía. En realidad la vida es valiosa no por lo firme de los avances de la técnica y de la economía, sino por la fuerza de la fraternidad entre todos. La globalización, tal como se aplica, lleva a un ritmo veloz y frenético. Pero como advierte Cohélet, "nada nuevo hay bajo el sol". La creación parece condenada a un perpetuo movimiento sin meta alguna, un poco como el viento que va y viene. El hombre, inmerso en este torbellino de la debilidad, no es capaz de decir la última palabra sobre nada: nunca termina ni de discutir ni de entender. Cohélet no defiende un "eterno retorno de todas las cosas". Más bien da a entender que la vida humana tiene un "fin", un destino hacia el que se dirige. Dios creó al hombre y al universo para que lleguen a su plenitud. Podríamos decir que la vida es como una peregrinación hacia el futuro de Dios. Este pequeño libro del Primer Testamento, del que hemos leído un pasaje, nos recuerda que la estabilidad de nuestra vida depende de nuestra obediencia al plan de Dios. El Señor nos acompañará y nos recibirá en el mundo que él mismo está preparando para nosotros, como dice el profeta: "Voy a hacer algo nuevo" (Is 43,19).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.