ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXVIII del tiempo ordinario
Recuerdo del patriarca Abrahán. Por fe partió hacia una tierra que no conocía, una tierra que Dios le había prometido. Por aquella fe es llamado padre de los creyentes, judíos, cristianos y musulmanes.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 9 de octubre

XXVIII del tiempo ordinario
Recuerdo del patriarca Abrahán. Por fe partió hacia una tierra que no conocía, una tierra que Dios le había prometido. Por aquella fe es llamado padre de los creyentes, judíos, cristianos y musulmanes.


Primera Lectura

2Reyes 5,14-17

Bajó, pues, y se sumergió siete veces en el Jordán, según la palabra del hombre de Dios, y su carne se tornó como la carne de un niño pequeño, y quedó limpio. Se volvió al hombre de Dios, él y todo su acompañamiento, llegó, se detuvo ante él y dijo: "Ahora conozco bien que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Así pues, recibe un presente de tu siervo." Pero él dijo: "Vive Yahveh a quien sirvo, que no lo aceptaré"; le insistió para que lo recibiera, pero no quiso. Dijo Naamán: "Ya que no, que se dé a tu siervo, de esta tierra, la carga de dos mulos, porque tu siervo ya no ofrecerá holocausto ni sacrificio a otros dioses sino a Yahveh.

Salmo responsorial

Salmo 97 (98)

Cantad a Yahveh un canto nuevo,
porque ha hecho maravillas;
victoria le ha dado su diestra
y su brazo santo.

Yahveh ha dado a conocer su salvación,
a los ojos de las naciones ha revelado su justicia;

se ha acordado de su amor y su lealtad
para con la casa de Israel.
Todos los confines de la tierra han visto
la salvación de nuestro Dios.

¡Aclamad a Yahveh, toda la tierra,
estallad, gritad de gozo y salmodiad!

Salmodiad para Yahveh con la cítara,
con la cítara y al son de la salmodia;

con las trompetas y al son del cuerno aclamad
ante la faz del rey Yahveh.

Brama el mar y cuanto encierra,
el orbe y los que le habitan;

los ríos baten palmas,
a una los montes gritan de alegría,

ante el rostro de Yahveh, pues viene
a juzgar a la tierra;
él juzgará al orbe con justicia,
y a los pueblos con equidad.

Segunda Lectura

Segunda Timoteo 2,8-13

Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio; por él estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por esto todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la gloria eterna. Es cierta esta afirmación: Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él;
si le negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 17,11-19

Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaria y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?» Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Jesús está en territorio de Jezreel, entre Galilea y Samaría. Al entrar en un pueblo, salen a su encuentro diez leprosos (era fácil verles cerca de lugares habitados). Se detuvieron a una distancia, tal como preveía la ley, y le gritaron: "Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros". Jesús no los evita, como suelen hacer todos, sino que incluso se pone a hablar con ellos. Al final los despide diciendo: "Id y presentaos a los sacerdotes". No los cura de inmediato como otras veces (Lc 5,12-16); tampoco los toca con sus manos, sino que los envía a los sacerdotes, pidiéndoles así un acto de fe. Los diez leprosos obedecen inmediatamente y se encaminan hacia los sacerdotes. El evangelista indica que durante el camino "quedan limpios"; podríamos decir que se dan cuenta de que quedan curados. Todo eso tiene un significado: la curación, el milagro, no es un hecho prodigioso que pasa de manera imprevista como si fuera magia. Podemos comparar la primera parte de la escena evangélica a los primeros pasos de toda conversión y de la misma vida del discípulo. La conversión, efectivamente, nace siempre de un grito, de una oración, como la de los diez leprosos. También en la liturgia de cada domingo, repetimos al empezar: "Señor, ten piedad". La curación empieza cuando reconocemos nuestra enfermedad, nuestra necesidad de ayuda, de protección, de apoyo.
Tal como hemos leído en la carta del apóstol, la palabra de Dios nunca está encadenada: habla con libertad y con fuerza, siempre. El problema, en todo caso, somos nosotros, que no escuchamos, bien porque no confiamos, bien porque estamos llenos de nuestras palabras. Eso indica que la curación empieza cuando obedecemos al Evangelio, y no a nosotros mismos o a nuestras costumbres mundanas. En ese sentido nuestro camino espiritual nos llevará a la curación del corazón y del cuerpo en la medida en la que se rija por la escucha del Evangelio.
Tras haber indicado que los diez leprosos quedaron sanos, el Evangelio añade que solo uno vuelve atrás "glorificando a Dios en alta voz"; y al llegar cerca de Jesús se postra "rostro en tierra a los pies de Jesús" y le da las gracias. El evangelista quiere subrayar con este gesto el siguiente paso a la conversión: reconocer a Jesús y confiarle la vida. La curación total, en efecto, afecta también al corazón. Podríamos decir que el décimo leproso no queda solo "curado" sino también "salvado". Él es un ejemplo para cada uno de nosotros, para que acojamos la conmoción gratuita de Dios sobre nuestra vida y le demos gracias por haberse inclinado sobre nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.