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Oración por la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Iglesia

Recuerdo del santo Carlos de Jesús (Charles de Foucauld), "hermano universal", asesinado en 1916 en el desierto argelino donde vivía en oración y en fraternidad con el pueblo tuareg. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 1 de diciembre

Recuerdo del santo Carlos de Jesús (Charles de Foucauld), "hermano universal", asesinado en 1916 en el desierto argelino donde vivía en oración y en fraternidad con el pueblo tuareg.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 26,1-6

Aquel día se cantará este cantar en tierra de Judá:
"Ciudad fuerte tenemos;
para protección se le han puesto
murallas y antemuro. Abrid las puertas, y entrará una gente justa
que guarda fidelidad; de ánimo firme y que conserva la paz,
porque en ti confió. Confiad en Yahveh por siempre jamás,
porque en Yahveh tenéis una Roca eterna. Porque él derroca a los habitantes de los altos,
a la villa inaccesible;
la hace caer, la abaja hasta la tierra,
la hace tocar el polvo; la pisan pies, pies de pobres,
pisadas de débiles."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta que canta la ciudad construida por el Señor exhorta a sus habitantes a tener siempre abiertas las puertas, las de la ciudad y las del corazón. En esta perspectiva el papa Francisco sigue exhortando a acoger a quien huye de sus tierras devastadas por la guerra y el hambre. La ciudad es el lugar de la acogida, de la convivencia pacífica entre todos. El lugar donde también los pobres deben encontrar un lugar adecuado para vivir. La ciudad es por definición plural y pacífica. La profecía de Jerusalén, la ciudad que abre espacio a todos, también a los más débiles, se contrapone a la ciudad que no contrasta o, peor aún, que favorece las desigualdades. Escribe el profeta: el Señor "derroca a los habitantes de los altos, a la villa inaccesible; la hace caer, la abaja hasta la tierra, la hace tocar el polvo". Una ciudad que deja proliferar la distancia entre ricos y pobres es una ciudad que Dios mismo derrocará. La palabra del profeta es una invitación también a las ciudades de hoy a que den la vuelta a la costumbre demasiado normal de descartar a los débiles, de marginar a los pobres y alejar a los extranjeros. De lo contrario, ellas mismas serán derrocadas y abajadas hasta la tierra. Pero el Señor, que protege a los pobres y a los oprimidos, les dará en herencia la tierra: "los humildes poseerán la tierra y gozarán de inmensa paz" (Sal 37, 11).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.