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Oración de la Santa Cruz
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Jornada europea de recuerdo de la Shoá. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 27 de enero

Jornada europea de recuerdo de la Shoá.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 10,32-39

Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate, unas veces expuestos públicamente a ultrajes y tribulaciones; otras, haciéndoos solidarios de los que así eran tratados. Pues compartisteis los sufrimientos de los encarcelados; y os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y más duradera. No perdáis ahora vuestra confianza, que lleva consigo una gran recompensa. Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido. Pues todavía un poco, muy poco tiempo;
y el que ha de venir vendrá sin tardanza.
Mi justo vivirá por la fe;
mas si es cobarde, mi alma no se complacerá en él.
Pero nosotros no somos cobardes para perdición, sino creyentes para salvación del alma.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Comienza la tercera parte de la Carta a los Hebreos. El autor quiere exhortar a los cristianos a la constancia y a la perseverancia en la vida cristiana. Era un momento especialmente difícil para las comunidades cristianas de aquel tiempo, oprimidas por no pocas hostilidades. Evidentemente se había producido alguna que otra cesión por parte de algunos o bien el testimonio se había debilitado, quizá por un cristianismo vivido de manera más individualista y, por tanto, menos significativo, menos profético. El autor recuerda a esos cristianos el fervor que tenían en el tiempo de su conversión, cuando afrontaban con valentía todo sacrificio con tal de dar testimonio del Evangelio: no solo no se echaban atrás ante las dificultades y los peligros, sino que los afrontaban juntos "con alegría". El autor recuerda a los cristianos cuando estaban "expuestos públicamente a injurias y ultrajes" y vivían una profunda solidaridad entre ellos: "compartisteis los sufrimientos de los encarcelados; y os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes". La razón de esta valentía residía en la convicción de poseer "una riqueza mejor y más duradera". El autor nos exhorta a descubrir de nuevo la virtud de la constancia, es decir, a perseverar en el seguimiento del Evangelio y a no abandonar la "parresia", esa confianza en Dios que representa la verdadera fuerza del creyente y que le permite permanecer firme incluso en un mundo hostil al Evangelio. La pereza y el cansancio nos hacen correr el riesgo de encerrarnos en el presente y atenuar la espera de la venida del Señor. Si no hay espera, la esperanza y la lucha por un mundo mejor se desvanecen. Si no hay espera, se atenúa la necesidad de rezar y de comprometernos, a la vez que cedemos con facilidad al individualismo y a la mentalidad de nuestro mundo. Hoy, 27 de enero, jornada europea de recuerdo de la Shoá, no podemos dejar de recordar la violencia atroz a la que fueron sometidos seis millones de judíos en los campos de exterminio nazis. Que esta jornada sea para todos un recuerdo indeleble y de advertencia ante el resurgimiento del antisemitismo y ante toda forma de racismo, que llevan al desprecio hasta la eliminación del otro.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.