ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 29 de enero

IV del tiempo ordinario


Primera Lectura

Sofonías 2,3; 3,12-13

Buscad a Yahveh,
vosotros todos, humildes de la tierra,
que cumplís sus normas;
buscad la justicia,
buscad la humildad;
quizá encontréis cobijo
el Día de la cólera de Yahveh. Yo dejaré en medio de ti
un pueblo humilde y pobre,
y en el nombre de Yahveh se cobijará el Resto de Israel.
No cometerán más injusticia,
no dirán mentiras,
y no más se encontrará en su boca
lengua embustera.
Se apacentarán y reposarán,
sin que nadie los turbe.

Salmo responsorial

Salmo 145 (146)

¡Alaba a Yahveh, alma mía!
A Yahveh, mientras viva, he de alabar,
mientras exista salmodiaré para mi Dios.

No pongáis vuestra confianza en príncipes,
en un hijo de hombre, que no puede salvar;

su soplo exhala, a su barro retorna,
y en ese día sus proyectos fenecen.

Feliz aquel que en el Dios de Jacob tiene su apoyo,
y su esperanza en Yahveh su Dios,

que hizo los cielos y la tierra,
el mar y cuanto en ellos hay;
que guarda por siempre lealtad,

hace justicia a los oprimidos,
da el pan a los hambrientos,
Yahveh suelta a los encadenados.

Yahveh abre los ojos a los ciegos,
Yahveh a los encorvados endereza,
Ama Yahveh a los justos,

Yahveh protege al forastero,
a la viuda y al huérfano sostiene.
mas el camino de los impíos tuerce;

Yahveh reina para siempre,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

Segunda Lectura

Primera Corintios 1,26-31

¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,1-12

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos ,
porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Mateo señala que Jesús, viendo las multitudes, sube al monte y empieza a hablarles. Y les explica quién es verdaderamente bienaventurado, feliz. En definitiva, propone su idea de felicidad. Los salmos habían acostumbrado a los creyentes de Israel al sentido de la bienaventuranza verdadera: "Dichoso el hombre que pone en el Señor su confianza, dichoso el que cura del débil, dichoso el que confía en el Señor". Este puede decirse bienaventurado, feliz. En esta misma línea llama a los pobres de espíritu "bienaventurados" (y no quiere decir ricos de hecho, sino pobres espiritualmente). Y luego continúa llamando bienaventurados a los misericordiosos, los afligidos, los mansos, los hambrientos de justicia, los puros de corazón, los perseguidos a causa de la justicia, y también los que son insultados y perseguidos a causa de su nombre. Nadie había escuchado nunca palabras semejantes. Y también a nosotros que las escuchamos hoy nos parecen muy lejanas de la forma corriente de pensar. Parecen verdaderamente palabras irreales. Podríamos decir que son palabras bellas, pero imposibles para los hombres. Y sin embargo para Jesús no es así. Él quiere para nosotros una felicidad verdadera, plena, robusta, que resista a los cambios de humor y no esté sometida a los ritmos de la moda o a las exigencias de consumo. En realidad, lo que deseamos es vivir un poco mejor, un poco más tranquilos, y nada más. En definitiva, un poco de bienestar personal. No nos apetece tanto ser "bienaventurados" de verdad. Por eso la bienaventuranza se ha convertido en una palabra extraña, demasiado plena, excesiva; es una palabra tan fuerte y con tanta carga que resulta demasiado diferente de nuestras satisfacciones, a menudo insignificantes. La página evangélica de las bienaventuranzas nos arranca de una vida banal para empujarnos hacia una vida plena, hacia una alegría mucho más profunda. Las bienaventuranzas no son demasiado elevadas para nosotros, como no lo eran para aquella multitud que las escuchó por vez primera. Tienen un rostro verdaderamente humano: el rostro de Jesús. Él es el hombre de las bienaventuranzas, el pobre, el manso y el que tiene hambre de justicia, el apasionado y misericordioso, el hombre perseguido y condenado a muerte. Miremos a este hombre y sigámosle: seremos bienaventurados.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.