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Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 12 de febrero

VI del tiempo ordinario


Primera Lectura

Sirácida 15,15-20

Si tú quieres, guardarás los mandamientos,
para permanecer fiel a su beneplácito. El te ha puesto delante fuego y agua,
a donde quieras puedes llevar tu mano. Ante los hombres la vida está y la muerte,
lo que prefiera cada cual, se le dará. Que grande es la sabiduría del Señor,
fuerte es su poder, todo lo ve. Sus ojos están sobre los que le temen,
él conoce todas las obras del hombre. A nadie ha mandado ser impío,
a nadie ha dado licencia de pecar.

Salmo responsorial

Salmo 118a (119a)

Dichosos los que van por camino perfecto,
los que proceden en la ley de Yahveh.

Dichosos los que guardan sus dictámenes,
los que le buscan de todo corazón,

y los que, sin cometer iniquidad,
andan por sus caminos.

Tú tus ordenanzas promulgaste,
para que sean guardadas cabalmente.

¡Ojalá mis caminos se aseguren
para observar tus preceptos!

Entonces no tendré vergüenza alguna
al mirar a todos tus mandamientos.

Con rectitud de corazón te daré gracias,
al aprender tus justos juicios.

Tus preceptos, los observaré,
no me abandones tú del todo.

¿Cómo el joven guardará puro su camino?
Observando tu palabra.

De todo corazón ando buscándote,
no me desvíes de tus mandamientos.

Dentro del corazón he guardado tu promesa,
para no pecar contra ti.

Bendito tú, Yahveh,
enséñame tus preceptos.

Con mis labios he contado
todos los juicios de tu boca.

En el camino de tus dictámenes me recreo
más que en toda riqueza.

En tus ordenanzas quiero meditar
y mirar a tus caminos.

En tus preceptos tengo mis delicias,
no olvido tu palabra.

Haz merced a tu siervo y viviré.
y guardaré tu palabra.

Abre mis ojos para que contemple
las maravillas de tu ley.

Un forastero soy sobre la tierra,
tus mandamientos no me ocultes.

Mi alma se consume deseando
tus juicios en todo tiempo.

Tú increpas a los soberbios, los malditos,
que se desvían de tus mandamientos.

Echa lejos de mí oprobio y menosprecio,
porque he guardado tus dictámenes.

Aunque los príncipes hablen en sesión contra mí,
tu servidor medita en tus preceptos.

Tus dictámenes hacen mis delicias,
mis consejeros, tus preceptos.

Mi alma está pegada al polvo,
hazme vivir conforme a tu palabra.

Mis caminos expuse, y tú me respondiste,
enséñame tus preceptos.

Hazme entender el camino de tus ordenanzas,
y meditaré en tus maravillas.

Se va en lágrimas mi alma por el tedio,
sosténme conforme a tu palabra.

Aléjame del camino de mentira,
y dame la gracia de tu ley,

He escogido el camino de la lealtad,
a tus juicios me conformo.

A tus dictámenes me mantengo adherido,
no me confundas, tú, Yahveh.

Corro por el camino de tus mandamientos,
pues tú mi corazón dilatas.

Enséñame, Yahveh, el camino de tus preceptos,
yo lo quiero guardar en recompensa.

Hazme entender, para guardar tu ley
y observarla de todo corazón.

Llévame por la senda de tus mandamientos
porque mi complacencia tengo en ella.

Inclina mi corazón hacia tus dictámenes,
y no a ganancia injusta.

Aparta mis ojos de mirar vanidades,
por tu palabra vivifícame.

Mantén a tu siervo tu promesa,
que conduce a tu temor.

Aparta de mí el oprobio que me espanta,
pues son buenos tus juicios.

Mira que deseo tus ordenanzas,
hazme vivir por tu justicia.

¡Llegue hasta mí tu amor, Yahveh,
tu salvación, conforme a tu promesa!

Y daré respuesta al que me insulta,
porque confío en tu palabra.

No quites de mi boca la palabra de verdad,
porque espero en tus juicios.

Yo observaré sin descanso tu ley
para siempre jamás.

Y andaré por camino anchuroso,
porque tus ordenanzas voy buscando.

De tus dictámenes hablaré ante los reyes,
y no tendré que avergonzarme.

Y me deleitaré en tus mandamientos,
que amo mucho.

Tiendo mis manos hacia tus mandamientos,
en tus preceptos medito.

Segunda Lectura

Primera Corintios 2,6-10

Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina; sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -. Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,17-37

«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos. «Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. «Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego. Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo. «Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna. «También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio. «Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo , porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén , porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Jesús habla de una justicia distinta que va unida directamente a la forma de actuar de Dios, que no se comporta como una fría calculadora que hace el balance entre el debe y el haber, las culpas y los méritos. Dios actúa con un corazón grande y misericordioso que va más allá de todo límite, incluso el de la ley. El problema no reside en la relación entre precepto y observancia, sino entre amor e indiferencia, entre pasión y frialdad. En realidad, no está en juego la mera observancia de las leyes, obviamente necesaria, sino la edificación de una vida común cuya ley fundamental es el amor recíproco.
De aquí la primera antítesis: "Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal". Lo que está en juego son las relaciones los hombres. Los lazos de amor entre los hombres son hasta tal punto importantes que deciden el destino definitivo: el amor mutuo es el cumplimiento de la Ley. Debemos pasar del precepto en negativo a la afirmación del primado del amor. No es una cuestión de no hacer el mal, sino sobre todo de hacer el bien. El amor es la justicia que se le pide a los discípulos del Evangelio.
No es solo una práctica moral, es la sustancia de la vida e incluso del culto a Dios. Hasta el punto de que Jesús llega a decir: "Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano". La "misericordia" vale más que el "sacrificio"; el culto, entendido como relación con Dios, no puede prescindir de una relación humanamente seria y amistosa entre los hombres. En este contexto debe entenderse también la siguiente afirmación: "Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón".
Llega después la cuestión del juramento: "Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás... Pues yo os digo que no juréis en modo alguno". La propuesta evangélica excluye cualquier forma de juramento en su doble modalidad, religiosa y social. El juramento se concibe como un abuso de la autoridad de Dios, que es llamado a cubrir la falta de veracidad de las palabras y los compromisos humanos. Jesús dice: "Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí" "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno". Jesús cree verdaderamente en la palabra de los hombres, y confía a cada uno la palabra del Evangelio en toda su novedad y su fuerza. El apóstol Pablo afirma que se trata de una "sabiduría que no es de este mundo", y añade: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que lo aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu" (1 Co 2, 9). A los creyentes se les hace entrega de una nueva "ley", hecha no de normas o disposiciones jurídicas sino de un corazón nuevo, de un espíritu nuevo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.