ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los pobres
Martes 30 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 35,1-15

Observar la ley es hacer muchas ofrendas,
atender a los mandamientos es hacer sacrificios de
comunión. Devolver favor es hacer oblación de flor de harina,
hacer limosna es ofrecer sacrificios de alabanza. Apartarse del mal es complacer al Señor,
sacrificio de expiación apartarse de la injusticia. No te presentes ante el Señor con las manos vacías,
pues todo esto es lo que prescribe el mandamiento. La ofrenda del justo unge el altar,
su buen olor sube ante el Altísimo. El sacrificio del justo es aceptado,
su memorial no se olvidará. Con ojo generoso glorifica al Señor,
y no escatimes las primicias de tus manos. En todos tus dones pon tu rostro alegre,
con contento consagra los diezmos. Da al Altísimo como él te ha dado a ti,
con ojo generoso, con arreglo a tus medios. Porque el Señor sabe pagar,
y te devolverá siete veces más. No trates de corromperle con presentes, porque no los acepta,
no te apoyes en sacrificio injusto. Porque el Señor es juez,
y no cuenta para él la gloria de nadie. No hace acepción de personas contra el pobre,
y la plegaria del agraviado escucha. No desdeña la súplica del huérfano,
ni a la viuda, cuando derrama su lamento. Las lágrimas de la viuda, ¿no bajan por su mejilla,
y su clamor contra el que las provocó?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ben Sirá, autor del libro del Eclesiástico, tras criticar (34,18-26) los sacrificios insinceros de muchos creyentes, les anima a unir el culto con la observancia de la Ley: "Observar la ley es hacer muchas ofrendas, guardar los mandamientos es hacer sacrificios de comunión" (v. 1). Es evidente que hay que practicar el culto, y se advierte de ello a los fieles: "No te presentes ante el Señor con las manos vacías... La ofrenda del justo honra el altar, su perfume sube hasta el Altísimo" (vv. 4-5). Hay que hacer la ofrenda con alegría, con entusiasmo, de buen grado, con un corazón misericordioso que derrama su amor también sobre los pobres. Ben Sirá advierte: "Hacer limosna es ofrecer sacrificios de alabanza" (v. 4). Y no solo eso, sino que el creyente debe alejarse de la injusticia y del abuso: "un sacrificio de expiación es apartarse de la injusticia" (v. 5). Esta atención del creyente por el culto, la observancia de la ley y la práctica del amor están bien presentes tanto en esta página del Sirácida como en las de los profetas de todo el Primer Testamento. Jesús no reniega nada de todo esto; al contrario, lo cumple cuando une el amor por Dios y el amor por el prójimo. En estos dos mandamientos -dice Jesús- se cumplen la Ley y los Profetas. Por eso aún hoy el verdadero culto que hay que presentar al Señor es observar la Palabra de Dios y socorrer a los pobres y a los débiles. Para Jesús, vivir con un corazón lleno de misericordia significa vivir de la misma manera que Dios, que es el misericordioso. El Señor, que "no hace acepción de personas" (v. 13) -como escribe Ben Sirá- da su amor a todos, pero con una preferencia: ante todo, escucha la oración del oprimido, del huérfano y de la viuda. Si el discípulo quiere estar en presencia de Dios debe vivir esta misma misericordia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.