ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Santa Cruz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 2 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 44,1.9-13

Hagamos ya el elogio de los hombres ilustres,
de nuestros padres según su sucesión. De otros no ha quedado recuerdo,
desaparecieron como si no hubieran existido,
pasaron cual si a ser no llegaran,
así como sus hijos después de ellos. Mas de otro modo estos hombres de bien,
cuyas acciones justas no han quedado en olvido. Con su linaje permanece
una rica herencia, su posteridad. En las alianzas se mantuvo su linaje,
y sus hijos gracias a ellos. Para siempre permanece su linaje,
y su gloria no se borrará.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Desde Henoc hasta el sumo sacerdote Simón, hijo de Onías, que vivió en torno al 300 antes de Cristo, Ben Sirá repasa los grandes nombres que encontramos en el texto bíblico como pilares de la fe en el Dios de la alianza y de la paz. Mirar atrás, hacia la historia pasada, es un estímulo y un desafío también para nosotros. El recuerdo de los padres en la fe no es una nostalgia inútil sino la confirmación de que el Señor siempre ha actuado en la historia humana a través de hombres y mujeres que él mismo ha suscitado para que fueran guías y modelos de justicia y fidelidad para Israel y también para los pueblos vecinos. La historia no es muda ni se juega en un eterno retorno; es como un camino que se hace día a día con la ayuda y la presencia constante del Señor hacia un destino: la montaña santa de Dios a la que se dirigen todos los pueblos para celebrar una fiesta eterna. En esta historia de salvación el Señor suscita "hombres de bien, cuyos méritos no han quedado en el olvido" (v. 10). Estos testimonios del sueño de Dios para el mundo no son solo una garantía espiritual para todos, sino también levadura de salvación que hace crecer el plan de Dios para la humanidad. Haremos bien en recordar a quienes nos han precedido para que podamos comprender el plan de Dios, aceptarlo y sentirnos responsables de él. Ese es el significado de la advertencia que hará Jesús: "Muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron" (Lc 10,23-24).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.