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Oración de la Vigilia
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Oración de la Vigilia

Recuerdo de san Carlos Lwanga (+1886), que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 3 de junio

Recuerdo de san Carlos Lwanga (+1886), que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 51,12-20

Por eso te daré gracias y te alabaré,
bendeciré el nombre del Señor. Siendo joven aún, antes de ir por el mundo,
me di a buscar abiertamente la sabiduría en mi
oración, a la puerta delante del templo la pedí,
y hasta mi último día la andaré buscando. En su flor, como en racimo que madura,
se recreó mi corazón.
Mi pie avanzó en derechura,
desde mi juventud he seguido sus huellas. Incliné un poco mi oído y la recibí,
y me encontré una gran enseñanza. Gracias a ella he hecho progesos,
a quien me dio sabiduría daré gloria. Pues decidí ponerla en práctica,
tuve celo por el bien y no quedaré confundido. Mi alma ha luchado por ella,
a la práctica de la ley he estado atento,
he tendido mis manos a la altura
y he llorado mi ignorancia de ella. Hacia ella endurecé mi alma,
y en la pureza la he encontrado.
Logré con ella un corazón desde el principio,
por eso no quedaré abandonado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El objetivo de la vida es buscar la sabiduría. Y escuchar la Escritura es la manera concreta de encontrarla. La Escritura, leída y aplicada a la vida, meditada y vivida, es la fuente de la que tomar el agua que manará para la vida eterna. No se puede vivir sin escuchar la Palabra de Dios. Así lo experimenta el hombre sabio, que conoce el peso y también las alegrías que llenan sus días. La sabiduría no es algo que se adquiere de una vez para siempre, sino que se alimenta de la fidelidad caminando con el Señor. El ejemplo de los discípulos de Emaús es clarificador: al inicio caminaban tristes y desorientados, pero cuando Jesús se les une y lo escuchan con atención mientras les explica el sentido de las Escrituras, poco a poco sienten que su corazón se va calentando en su interior. Y su camino se hace cada vez más sabio. Es necesario escuchar las Escrituras cada día. Hay que abrirlas y escucharlas cada día como si fueran el pan espiritual para el corazón y para la vida. Esta es la verdadera sabiduría: escuchar cada día la Palabra de Dios. En la conclusión del libro, el sabio Ben Sirá escribe: "En recompensa el Señor me dio una lengua, y con ella le alabaré" (v. 22). Alabar a Dios es una verdadera acción de gracias por el don que hemos recibido. Tras el viaje de la vida el sabio contempla lo que le ha ocurrido y se da cuenta de que la Palabra lo ha guiado desde el inicio de su camino.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.