ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María de Trastevere de Roma se reza por los enfermos.
Recuerdo de san Bonifacio (+754), obispo y mártir. Anunció el Evangelio en Alemania y fue asesinado en Frisia durante un viaje misionero.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 5 de junio

En la Basílica de Santa María de Trastevere de Roma se reza por los enfermos.
Recuerdo de san Bonifacio (+754), obispo y mártir. Anunció el Evangelio en Alemania y fue asesinado en Frisia durante un viaje misionero.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 1,3; 2,1-8

Yo, Tobit, he andado por caminos de verdad y en justicia todos los días de mi vida y he repartido muchas limosmas entre mis hermanos y compatriotas, deportados conmigo a Nínive, al país de los asirios. En el reinado de Asarjaddón pude regresar a mi casa y me fue devuelta mi mujer Ana y mi hijo Tobías. En nuestra solemnidad de Pentecostés, que es la santa solemnidad de las Semanas, me habían preparado una excelente comida y me dispuse a comer. Cuando me presentaron la mesa, con numerosos manjares, dije a mi hijo Tobías: «Hijo, ve a buscar entre nuestros hermanos deportados en Nínive a algún indigente que se acuerde del Señor y tráelo para que coma con nosotros. Te esperaré hasta que vuelvas, hijo mío.» Fuese, pues, Tobías a buscar a alguno de nuestros hermanos pobres, y cuando regresó me dijo: «Padre.» Le respondí: «¿Qué hay, hijo?» Contestó: «Padre, han asesinado a uno de los nuestros; le han estrangulado y le han arrojado en la plaza del mercado y aún está allí.» Me levanté al punto y sin probar la comida, alcé el cadáver de la plaza y lo dejé en una habitación, en espera de que se pusiera el sol, para enterrarlo. Volví a entrar, me lavé y comí con aflicción acordándome de las palabras que el profeta Amós dijo contra Betel: Vuestras solemnidades se convertirán en duelo
y todas vuestras canciones en lamento.
Y lloré. Cuando el sol se puso, cavé una fosa y sepulté el cadáver. Mis vecinos se burlaban y decían: «Todavía no ha aprendido. (Pues, en efecto, ya habían querido matarme por un hecho semejante.) Apenas si pudo escapar y ya vuelve a sepultar a los muertos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobit vive lejos de su tierra, en la ciudad enemiga por excelencia: Nínive. Con todo, aun estando en la diáspora, sigue manteniendo la fidelidad a la Ley de Dios, mientras que la mayoría del pueblo de Israel vivía una apostasía religiosa y practicaba cultos idólatras contrarios al único culto, el del templo de Jerusalén. Tobit está anclado en la fe de los padres, en la que había sido educado por su abuela Débora (es significativo este recuerdo de la abuela en la transmisión de la fe) y se mantiene fiel a Jerusalén: "... me acordaba de Dios con toda mi alma" (1,12). Su recuerdo le lleva a los años que vivió en su patria. Y confiesa que fue fiel al Señor: "Yo, Tobit, he andado por caminos de verdad y en justicia todos los días de mi vida". Siguiendo a los grandes patriarcas, había elegido a una esposa proveniente de su propia parentela. En la vida de Tobit lo primero es la ley del Señor, de la que surgen tres prioridades que volverán a aparecer a lo largo del libro: la caridad con los compatriotas, el culto (destacando la importancia de Jerusalén y del templo) y los valores familiares. A su hijo le pone el nombre de Tobías, que significa "el Señor es mi bien", aunque su actual situación parezca indicar lo contrario. Esta es la lección que extraemos de estas páginas: quien es fiel al Señor gozará en su vida de la compañía del ángel del Señor y recibirá su recompensa. El pasaje narrado (2,1-8) relata el episodio que se produjo en la fiesta de Pentecostés, cuando el padre de Tobías le dijo que invitara a un pobre a la comida que habían preparado. Se trata de una tradición muy hermosa. Pero a continuación se relata la muerte violenta de un judío que habían dejado en medio de la plaza sin sepultar. Tobit se levanta de la mesa, deja la comida y va a la plaza para ocuparse de aquel hombre muerto hasta la sepultura. Todos se burlan de él. Sin embargo, la piedad de aquel hombre es un ejemplo a seguir para derrotar la violencia y el abandono que siembran la crueldad en cualquier sociedad, de entonces y de hoy.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.